domingo, 4 de octubre de 2009

LA HORMA DE SU SANDALIA.

Los dioses estaban muy enfadados con Heracles, el semidiós eternamente enfrentado y ganador de los moradores del Olimpo. Sus trabajos y hazañas ridiculizaban la voluntad de quienes debían ser incontestables.

Heracles se acercaba por el valle; nada parecía detener su camino, y, para ganar tiempo, a Helios se le ocurrió precipitar la noche.

En la madrugada, Hades heló un río y lo pulió con su aliento. Lo sacó de su curso y lo clavó en el valle delante del Monte de los dioses.

Al despertar, Heracles se frotó los ojos. Tenía ante él un hombre con unos brazos como jamás había visto. Hizo ademán de atacarle, pero su oponente era tan rápido como él. Molesto, le ordenó que se apartara en su camino a la residencia de los dioses, donde pensaba reclamar el último trofeo por la mayor de sus hazañas terminada: Recuperar su reflejo y recordar su rostro. El otro no retrocedió, sino que también avanzó, igual que él. Furioso, Heracles lanzó un golpe tras otro, recibiendo en su mano un impacto de la misma fuerza de la de su puño. Finalmente, vio caer en pedazos al enemigo, pero se cansó tanto que decidió descansar otra noche antes de asaltar el Olimpo.

Antes del amanecer, Hades, aguantando la risa, volvió a helar el río y a pulir de nuevo el hielo, volviendo a fabricar un espejo de proporciones colosales. Viendo que Heracles estaba a punto de despertarse, subió al monte, junto al resto de los dioses. Incluso Zeus, el propio padre del héroe, se esforzaba por no soltar la carcajada al verle enfrentarse, una y otra vez, a su propia imagen.