-Buenos días, Julio. Vengo a cambiarme por
usted.
-¿Cómo dice, oiga?¿no ve que estoy trabajando?
Aquí tiene su cambio, señora. Sí, señora, es fresco el solomillo, pero puede
congelar una parte si quiere…
Se va la mujer y queda la tienda vacía, sin
nadie más que ellos dos.
-Deje lo que está haciendo, Julio. Yo puedo
seguir atendiendo a sus clientes con la misma diligencia, la misma simpatía y
eficacia. Déme el delantal, coja su abrigo y no vuelva por la carnicería. Voy,
como ve, vestido igual que usted. No pase por su casa, no hace falta que avise
a nadie.
Julio no mira al hombre.
-¡Váyase de aquí!, ¡basta de tonterías y
disparates! ¿no se da cuenta de que no quiero ni verle? Fuera o llamo a la
policía.
-Pero bueno, Julio ¿es que nadie te ha
informado de que era hoy el día del cambio final?
El tuteo lleva a Julio a coger un cuchillo
enorme y avanzar crispado con él en las manos. El hombre no se altera y logra
que ambos, hombro con hombro, se acerquen a un gran espejo que forma parte de
la pared de la tienda. Julio ve dos Julios iguales, juntos, idénticos, pegados,
simétricos, siameses, repetidos; está duplicado, clonado: multiplicado por dos:
ve una pareja de sotas con una sola espada.
-Nadie me dijo que sería de esta forma, -dijo
Julio, dejando caer el cuchillo.
-Yo no sé cómo lo hacen, lo reconozco.
-Creí que se hacía mientras se dormía, quizá
aprovechando una intervención quirúrgica con anestesia general… qué sé yo. Pero
sin darme cuenta.
-No le des más vueltas.
-Adiós, -dice Julio y sale a la calle con el
abrigo sin abotonar.
Su repuesto no le contesta. Ya está cortando en
filetes un buen trozo de carne. Lo hace con maestría y limpieza, como Julio lo
ha hecho durante muchos años.
Julio vaga por las aceras y al pararse ante el
escaparate de unos grandes almacenes nota que sus piernas, depiladas,
torneadas, largas, blancas, sedosas y muy proporcionadas, cubiertas
seductoramente hasta la mitad de sus mordibles muslos, le llevan por un cuerpo
flexible, de cintura sinuosa, con pecho firme pero bamboleante que se ríe de
los sujetadores y conduce –avisa- a la presencia de un rostro joven, ovalado,
donde unos ojos brillantes sonríen tanto o más que una boca de labios rojos
incendiarios. Se mira ahora hacia abajo y ordena a sus pies que no sufran al
dirigirse, sobre unos tacones de vértigo, hasta el interior de la gran
superficie comercial. Allí, en la sección de alta joyería, se encuentra una
mujer elegante, distinguida, llamativa, vestida para ser mirada –adorada- igual
que se ha mirado –adorado- ella. Porque es exactamente como ella.
Julio se sorprende dirigiéndose a una mujer a
la que sólo en sueños se había atrevido a decir algo. Ahora no resultaba tan
sencillo. Pero a él no le han preguntado. Coge aire y mira a la mujer a los
ojos.
-Buenos días, vengo a cambiarme por usted.
El día 1/1/2000 los ordenadores se volvieron
locos al no saber en qué año vivían. Ni siquiera el siglo. Se produjeron muchos
–y graves- errores al asignar almas. Aún hoy, lector, siendo el domingo 1 de
diciembre de 2013, quedan muchísimos cambios que hacer.
Por cierto, lector ¿te han dicho ya algo al
respecto?