lunes, 16 de junio de 2008

EL SABOR DEL MAR

Armando contempló desde la puerta el montón de cajas apiladas en el fondo de la habitación. Durante la noche, había estado guardando en ellas todas sus cosas. Toda su vida. Todos sus sueños e ilusiones. Ahora, tan sólo debía llevarlas a otro lugar. Creyó sentir que el suelo se abría bajo sus pies.
“Necesito respirar”, se dijo mientras se echaba al hombro el equipo de buceo.
Salió de casa. No echó la llave. “¿Qué más da cerrar, si no hay nada que robar?” pensó mientras arrancaba el coche. Tomó la N-547 con dirección al mar, allí donde un día conoció a Ramón. El sabor a sal llegó hasta su boca. El sol comenzaba a calentar, pero él sólo sentía un frío intenso, enorme, hiriente. La música sonaba sin cesar.
Junto al embarcadero, Ronal le recibió con un saludo. Él respondió cortésmente al mismo, mientras colocaba la botella de aire comprimido a sus espaldas.
“Hace un hermoso día para bajar”, dijo el muchacho mientras le ayudaba a colocarse el equipo. “Sí, hermoso día”, respondió sin más, sin ni siquiera alzar la mirada.
(...Beli)

“Sumergirse en el mar, a menos un metro o en el mayor de las fosas, te impide respirar igual”, solía decir Ramón, mientras chapoteaba en la orilla. Y lo dijo, sentado junto a un chiquillo que jugaba con cubos y palas sin hacerle caso. Pero Armando sí lo oyó. Se paró y se sentó junto a él.

-¿Por qué esa sentencia? ¿Todos los problemas son iguales? –le preguntó.
-No, lo que son iguales son las tristezas cuando se les deja entrar –respondió Ramón sin levantarse.

Antes de que Armando tirara de su brazo para llevárselo al agua, Ramón se levantó de un salto y corrió contra las olas que rompían. Fue rápido, como un ariete. Armando no pudo seguirle y le perdió de vista. Para siempre. Su cuerpo no apareció. Y Armando notó la falta de aire en sus pulmones.
(...Gabriel)

Ahora le tocaba a él. Lo tenía todo pensado. Sería en el mismo lugar y a la misma hora en que lo conoció. Se tiró desde el embarcadero mientras Ronal lo despedía sin quitarle la mirada de encima.
Se alejó lo suficiente y buceaba con tanta energía que pronto llegó hasta el fondo coralino donde tenía previsto despojarse del equipo. Allí, lejos del mundo, a solas con su tristeza se reuniría con él, sin interrupciones, libre por fin.
Continuaba buceando mientras miles de recuerdos pasaban por su memoria. Sonreía.
Intentó quitarse la botella de oxígeno, pero Ronal la había amarrado con tanta fuerza que tuvo que pelear contra ella. De pronto, de entre las rocas apareció una morena gigante.
(...Inma)

El animal distrajo su pensamiento, que en ese instante se ocupaba de intentar cuadrar la reacción de Ramón a su llegada. ¡Cómo siendo ambos lo que eran y lo que fueron, no hubiese habido entre ellos ni tan siquiera una mirada, un roce, un choque de manos, eso sí, suave, cálido y sentido, como había sido siempre!
La morena parecía estar más a lo suyo que pendiente de la presencia de Armando, que seguía luchando para deshacerse del oxígeno. Al no conseguirlo quiso renunciar a la máscara y acabar de una vez. Y ese gesto trajo a su memoria el primer abrazo bajo el mar que Ramón y él se dieron, sin esperarlo, sin buscarlo, pero lo inmensamente grande como para abastecerlos de felicidad durante mucho tiempo. Un abrazo de esos por los que la vida cobra todo el sentido. Y con la emoción de ese recuerdo, con más impulso que nunca, sabiendo que aún podía encontrarle, deslizó su cuerpo entre la corriente, tan a favor como sus ganas y comenzó la búsqueda, como última oportunidad para volver a tenerse.
(...Isa)

La idea de la búsqueda cobró fuerza durante largo rato. Decidió mantener la esperanza, al menos hasta que se le acabara el oxígeno. La flora y la fauna submarina cambiaban ligeramente a medida que pasaba el tiempo. Sentía una enorme presión en su garganta mientras pensaba en Ramón: ¡cuánto pudieron decirse y no se dijeron! “¿Por qué no se dio una oportunidad?”, pensó, “¿antes de abrazar las olas fatalmente?”. El nudo de la garganta persistía. No sólo era un nudo emocional, el oxígeno se extinguía.
De pronto, una intensa luz roja en la superficie iluminó el fondo abisal. La observó unos instantes. Pudo distinguir el casco de la barca de Rolan. Había ido a buscarle. Él se quedó quieto, sin saber qué hacer. Las aguas se agitaron. Un largo cable de acero descendió hasta él. Dudó. No había encontrado el cuerpo de Ramón. Pero el nudo de su garganta era cada vez mayor. El medidor de la bombona le indicaba que quedaba poco tiempo. Rolan agitaba el cable insistentemente. Entonces empezó a toser, con tanta fuerza que escupió el respirador. De forma instintiva se agarró al cable. Rolan notó su peso y tiró de él. Medio inconsciente cayó sobre la barca.
“No podías marcharte sin verlo antes”, oyó decir a Roland. No entendía sus palabras. Abrió los ojos y se acomodó sobre las mantas mojadas. Pero no estaban allí para él. Bajo ellas descubrió el rostro de Ramón, hinchado, azulado, desfigurado. Rolan lo había encontrado. Entonces Armando, con lágrimas en los ojos le dio un beso. Fue un beso frío, blando, extraño. Un beso con sabor a mar.

(…Loli)