Cauto por verte venir,
me escondí tras las palmeras
al no saber bendecir
el baile de tus caderas.
Ni me lancé a sonreírte,
ni le pedí que saliera
al corazón a rendirte
para que al mirar me vieras.
Tuve que verte parar
con otros que te decían
los versos que me pedían
para podértelos dar.
Y yo al verte me moría.
Eran canciones de amadas
que a los amados consumen;
versos de mis madrugadas,
después de noches bañadas
del sueño de tu perfume.
Pero una rima sutil
hizo que se removiera
algo que yo te dijera
en algún juego infantil.
Y tu risa dijo loca
-Basta, Cyrano sal fuera
y recita de tu boca
lo que escribes para mí.
-Tu risa de hada redime
mi fealdad de la tristeza
y da a mis versos nobleza.
Pero cómo saco, dime,
el rubor de mi cabeza.
-No quiero seguir perdida,
amigo mío y amado;
ni soy hada ni mi vida
es vida sin ti a mi lado.
Entonces, con el cariz
de los acontecimientos
y de tu mirada clara,
de las sombras al momento
apareció mi nariz
y a continuación mi cara.