viernes, 19 de marzo de 2010

A media tarde

Llevaba la carta con mucho cuidado metida en el bolsillo de la chaqueta. Por fuera la palpaba como si llevara su más preciado tesoro. Aún no la había cerrado definitivamente porque se conocía a sí mismo y a última hora siempre le gustaba añadir o modificar algo de lo escrito. Consultó su reloj. Las cuatro y cuarto de la tarde. El correo lo recogían a las cinco. En la cafetería, junto al buzón, podría tomar un café y releer de nuevo la proposición de matrimonio que contenía el documento. Había pegado cuidadosamente el sello, y se había esmerado en escribir con letra nítida la dirección y el remite. Estaba casi perfecta. A partir de aquel día puede que su vida cambiase y no quería dejar nada en el aire. La releyó un par de veces. Tachó, enmendó, recapituló… Vio acercarse al encargado del correo y observó como llenaba su saca mientras él apretaba la carta entre sus manos. Acabó su café, y decidió volver a casa para pasarla a limpio, porque no quería dar una imagen que no correspondía con sus intenciones. Al fin y al cabo solo se trataba de un día más.
En el pueblo vecino, alguien miraba su buzón encontrando de nuevo algo de propaganda y correo de banco. No perdía la esperanza, porque el chico, en su día, le pareció formal. Quince años hacía hoy que le prometió escribir.