domingo, 31 de agosto de 2008

HASTA EL FINAL.

Estaba dispuesto a terminar el tratamiento y se sentía seguro del orden para tomar las pastillas. La verde era la primera, para proteger el estómago. Después las dos amarillas para el páncreas, el hígado y la vesícula. Las dos amarillas, por supuesto, cortadas en tres trozos cada una, de modo que cada órgano tocara a dos terceras partes de una amarilla. Donde tenía duda era si las dos rojas, las de los riñones, venían ahora o después de las tres azules, las que le aliviaban el intestino. Tomó la decisión de tomarlas intercaladas, una azul, una roja, una azul, una roja y una azul. Juzgó brillante la decisión y consideró mínimos los posibles efectos colaterales. Tras cada píldora, un sorbito de agua.

Al mirar al suelo, vio todas las pastillas en un charquito, entre el metatarso de su pie izquierdo y su bastón, dado que había perdido la pierna derecha en el mar, pescando atunes.

Cada día igual. El resto de los esqueletos le acompañó en la sonrisa bobalicona.