La vendedora de lámparas, sacando un pedido recién llegado
de Arabia, advirtió lo distinta, y por ello especial, que era una de ellas, y se
dijo: “ésta no la vendo”.
Al instante, por la puerta entraba un joven intentando
enrollar una inquieta alfombra que no se doblegaba, y colocándose bien el
turbante pronunció firme: "¡deme lo que es mío!"