martes, 30 de junio de 2009

Cosas de verano

Un buen día paseando por la playa me encontré a la madre de una buena amiga mía. Nos saludamos efusivamente, pues hacía tiempo que no nos veíamos. Ella llevaba un bañador y en el centro del escote le asomaban unas cuentas de madera. Le dije que igual se le había caído el collar y entonces tiro de él. Para mi sorpresa se sacó un gran rosario que, me confesó, portaba para rezar a ratos cuando se cansaba de hacer el crucigrama de un librito enrollado, que también llevaba en el escote acompañado de su bolígrafo correspondiente. Perpleja me quedé cuando sonó su móvil, que por supuesto se sacó de allí también, perfectamente acomodado junto a un pañuelito doblado con las llaves del piso dentro. ¿Llevaría tambien la sombrilla y la minibutaca?Con un escote así, ¿quién necesita bolsa playera?

lunes, 29 de junio de 2009

DESCUBRIMIENTOS.

María del Germen Detér, catedrática solista de la Universidad de Panfleston, especialidad bacteriailógica, dedicó una buena parte de su vida al estudio de los virus idiotas. Su tesis doctoral abarcó (decía ella) aspectos teóricos que algún día serían apasionantes resultados, concretos y útiles para la gente zurda.

Su trabajo debía ser traducido a veinte idiomas, pero un error del encargado de la imprenta hizo que se tradujera veinte veces al bambaiya, un dialecto indostaní propio de los depresivos, renegados o melancólicos.

Al cumplir los treinta años, cayó en una profunda zanja que abrieron sus padres para cultivar tomates y verduras. Y allí, mientras buscaba una lentilla, encontró el motivo para su investigación: Los virus subterráneos. Superados los enfados por ambas partes, regaló una bata blanca a cada uno de sus progenitores y los nombró ayudantes a tiempo parcial, con una hora para comer.

A partir de entonces, una dedicación plena llevó a María del Germen a los logros siguientes:

1.- Descubrimiento de la bacteria “Chochipili”, en 1982, recién levantada, cuando se encontraba a tres metros de profundidad. Complementó éste con el aislamiento en probetas del terrible microbio neoyorquino “Tiki Smikis”, ese tan dañino que provoca mirar a los dos lados al mismo tiempo.

2.- Descubrimiento a más de cuatro metros bajo tierra del virus “Skoñauñas", ex aequo con el catedrático japonés de ferretería Itor Nillori Alikató. Se felicitaron mutuamente por teléfono hablando en gallego.

Los dos grandes trabajos fueron reconocidos por el mundo científico, y su fama crecía, pero llegó el día en que su tita Rosalberta, su madrina, cogió las batas de sus padres, sin mirar si tenían o no algo debajo, se las tiró a la zanja y le dijo:

–Mira niña, sólo descubres virus que llevas encima desde que naciste, giliflai. Deja de sacarte muestras de los zapatos. A ver si sales más y disfrutas la vida, que pareces tontona y te veo la cara más mustia que una fotocopia de goma.

Fue ésta la frase resumen, la enseñanza final de su gran publicación titulada “El ser humano, el único capaz de ser biodesagradable”, que consiguió sobresaliente cum laude antes de las diez de la mañana. Por la tarde se fue a una discoteca con unas amigotas del barrio y se lo pasó la mar de bien.

domingo, 28 de junio de 2009

GRANDES BATALLAS DE LA HISTORIA (XV).

Batalla de las profundidades.

En Tritón’s, el legendario tugurio donde los titanes paraban después de dibujar los mares, se enfrentaron el domingo pasado Poseidón y Neptuno.

El dueño del bar, un pulpo viejo que ya había presenciado más de una tangana entre los dos dioses, vio entrar a Poseidón y lo dejó clarito:

-No quiero peleas en mi local.

-Dame una ensalada de pan de ayer. Estoy empapado, -dijo secamente el dios.

Con un golpe de su tridente, Neptuno entró en el antro y se fue hacia la barra, al otro extremo, mirando hacia el espejo del saloon.

-Vaya, parece que hay quien no sabe sobrellevar un poco de humedad. Dame esa toalla, –le dijo al barman, que no sabía con qué mano atenderle.

Antes de que Poseidón apurara su primer tazón de pan duro, Neptuno, en un abrir y cerrar de escamas, lanzó la toalla sin exprimir y, de un golpe seco, es un decir, desafió a Poseidón de la manera más terrible: Le salpicó de forma abyecta con la bayecta en todas las barbas.

Como un rayo, Poseidón cogió algo de algas y, sin aliñarlas, se las lanzó a Neptuno sobre su peinado con raya al lado, provocando la inmediata modificación de millones de estatuas en su honor de los grandes museos.

El tridente de Neptuno no es de adorno: De cada golpe salía algo fantástico, como aquel día que inventó el caballo para los hombres. Pero lo de ponerle el pelo como Harpo Marx no lo pudo soportar y sintonizó con el diente derecho una emisora de canciones japonesas del siglo XI hechas con guitarras para una sola cuerda y tres manos.

Poseidón no era capaz de levantarse. Pero guardaba un as en la branquia.

-Ola, -dijo con voz cavernosa, gutural, gótica, como de dentro de una lavadora.

-Es tarde para saludar; eso al principio, ¿sabesss?

-No me has entendido, es sin hache.

Y fue el momento fonologicoflástico de la sorpresa en la que una ola, sin saludar, levantó a Neptuno hasta tal altura que lo mareó en su totalidad. No era él dios de altos vuelos. Al día siguiente lo encontraron tirado en una fuente en Madrid. Y ahí sigue.

viernes, 26 de junio de 2009

EN BUSCA DEL PAÍS DE NUNCA JAMÁS



Tal como se aleja la primera de estas dos imágenes de la segunda, has ido alejándote de mis inquietudes, a la misma vez que se me alejó la adolescencia; a la misma vez que perdí esa carpeta que tenía forrada con tu imagen.
Pero eso no ha bastado para que hoy no llore tu ausencia. Te llevas contigo, Michael, mis quince años y mis horas y horas escuchando tus temas, una y otra vez. Y te llevas el símbolo de una etapa de mi vida que siempre echaré de menos, porque fue maravillosa. Y mientras yo vivía todo eso, tú estabas ahí, tu música era una de mis señas de identidad.
Lo que no ha cambiado en mí es que siga viéndote como el mejor artista, el más completo de la música pop de todos los tiempos.
Descansa en paz de esta vida que no te ha sido fácil vivir y que te mantuvo a caballo entre la pena y la gloria. Yo seguiré teniéndote como ese ídolo con espíritu de niño, queriendo alcanzar a todas horas la sombra de Peter Pan.

jueves, 25 de junio de 2009

AL TRISTE F.M.I.

Eran diez comisiones creadas

para hacer otras diez cada una;

y tener a las cien ocupadas,

sin buscar ni alegría ni nada

que nos diera en hallar en la Luna

algo más de centellas aladas.

Sin parar de charlar ni un segundo,

su labor: parecer que, reunidos,

elaboran los planes del mundo.

Distraernos de amar, de los sueños,

los soñados y los muy queridos,

desganarnos y poner empeño

en soñarnos también los vividos.

Incansables, emiten informes,

y redactan sus partes diarios;

con sus almas tan tristes, deformes,

no barruntan nada humanitario

y no tose ningún disconforme.

Cuando llega el final de su obra

y muy serios lo cuentan, no hay nada;

más del ciento por ciento, nos sobra.

¿Qué salió de sus mentes?, ¿qué hazaña?

¿Una estrella?, ¿otro sol de mil brillos?

Algo menos, tristezas, patrañas:

¡Un tremendo, aplastante ladrillo!

ENSAYOS RIGUROSOS (2)

EL JUEGO.

No siempre fuimos una cuadrilla de calvos facinerosos y repugnantes. Antes, ninguno de nosotros era calvo.

Quizá fue el azar, quizá el sueldo tan bajo lo que nos obligó a arrastrarnos por la vida. De vestirnos en los grandes almacenes pasamos a asaltar a las familias cuando ponían la lavadora y no podían correr tras nosotros a riesgo de mostrar por la calle sus puntos de vista.

De pequeños, el sacristán principal llamó nuestra atención al salir disparado hacia el cepillo, después de barrer con otro cepillo y no hacer el menor caso al cartel de “Colecta del Domingo de Adviento fresco: Para La Orden de San Piltrafita”.

Muy estupefactos, supimos que el sucedáneo de cura iba a la inauguración de “Dados y Azares”, la nueva casa de juegos que sustituía a la biblioteca vacía. Seguimos su rastro de metálico tintineo de monedas sobre las marmóreas losas del templo y nos lanzamos a vaciarle la azabáchica cobertura multibotónica, vulgo sotana.

Desde esa serie de golpes que nos dio el lejano aspirante a cardenal, produciendo gran cantidad de cercanos cardenales, pasamos a ser unos fugitivos repugnantes. Allí, tirados tras una zurra repartida de modo equitativa y sin sacar un céntimo en limpio, supimos que nuestra vida estaba perdida. Nos lo jugamos todo a una carta y nos tocó el as de bastos.

De cualquier manera, para extender el conocimiento a la Humanidad, aquí va lo que aprendimos sobre el juego.

Desde el segundo momento de la Creación, todo era juguetón. Al rato de existir el planeta, ¡hala!, medio Paraíso lleno de botellas y envoltorios hizo exclamar al DueñodeTodo: “paraíso no me habría tomado Yo tanto interés”, en uno de los primeros Juegos de Palabras, sin nadie que le riera la Gracia.

Meses después, en marzo del Pleistoceno, hacía un frío como el que entra si tu abuela estudia kamasutra por las tardes. Fue entonces, cuando, en medio de la nieve, gritó el Jefazo su famosa frase: “Hagan Fuego, señores”, para entrar en calor, entre júbilos y cánticos de alabanza, en medio de una partida de TablasdeLaLey, uno de sus juegos de fuego favoritos.

Llegó la Edad Mediocre y ni fu ni fa. El juego se redujo a romperse la crisma por encontrar a tiempo la combinación de los candados de los cinturones de castidad. Aquél que no acertaba a los tres intentos entre diez millones de posibilidades, colgaba alegremente de una torre los siguientes doce veranos. La frase de moda aquí, fue la impresionante “Si no acierto en el juego de llaves, ya ves, me la juego”, traducida por los Frailes Clarinetistas.

En el Nuevo Mundo, los americanos montaban una ruleta en cualquier esquina y un inmigrante ruso, Yuri Balasalazar, les robó la idea con muchísimo riesgo de sus pestañas, huyendo por unas montañas peligrosas, a las que también puso su nacionalidad.

Por supuesto, el juego acabó controlado por ordenador. Había programas que respondían “enhorabuena, rumiante apestoso” si alguien ganaba el premio grande, y mediante otras aplicaciones informáticas dos manos de silicona abofeteaban a los que perdían la cicatriz de la operación de apendicitis, llevándose una cremallera barata a cambio.

Las familias enteras caían en el juego, en salones recién encerados. El juego era el centro de sus vidas, y habiendo vivido toda su vida en el centro, se descentraban echando a perder la vida en el juego. Bueno, yo me entiendo.

Al terminar este artículo, echamos una partidita a “el que discurre, se aburre"...

Lo hago porque te quiero

Camina
y cuando empieces a caminar no mires atrás.
No temas convertirte en una estatua de sal, casi te diría que lo prefiero
antes que verte mover como un humano
que arrastra un corazón igual que un mosaico descolocado.
Te amo, te amo mal
y prefiero tu libertad aunque ella te aleje de mí.
Yo no puedo encenderte una luz al final del túnel,
ya lo sabes, ya te lo he demostrado,
vivo en una oscuridad que te absorbe
pero sí sé que recobrarás tu brillo
cuando empieces a entrar en calor.
Camina
y tan sólo recuérdame
como alguien que en toda su vida te dio un único consejo:
Cuando alguien te abrace nunca dejes que llegue a cortarte la respiración.

Deseo cumplido.

Toda mi vida he querido ser un héroe.

No pude empezar de pequeño, porque el abrazo de mi madre, ante la mirada severa de mi padre, evitó que me arriesgara y no pude conocer el peligro.

Después, con el paso de los años, me rodeé de amigos tan fuertes que estaba protegido a tiempo completo.

Menos mal que nacieron mis niñas.

En una guardería, donde iba mi hija mayor con tres años de edad, un precioso gato marrón no era capaz de bajar del árbol más alto del jardín, de modo que la maestra me ayudó a colocar una escalera y fue muy fácil ayudar a bajar al felino, que desapareció sin prisa y con un andar elegante. Como un gato.

Y mientras guardaba la escalera, pude ver cómo mi hija, concentrando un corro de chiquillos, se señalaba solemnemente y decía, sin más, “Mi papá”.

Ese día, por fin.

martes, 23 de junio de 2009

¡¡¡A LA BENDITA LA HORA!!!

¡Qué alegría ver a Literato tan fresquito! Le envidio. ¿A quién tenemos que felicitar por haber despojado al fin a nuestra mascota de la bufanda, el gorro y el farolillo?
Un aire fresco y renovado me llega desde nuestra "casa de las palabras". Sigamos ahí, incluso en vacaciones...
...Y antes de irnos, a vernos, que ya es hora.

sábado, 20 de junio de 2009

SÓLO POR OÍRTE



(También yo pido disculpas por la extensión de este relato, pero quería colgarlo y me parecía que no era lo suficientemente largo como para hacerlo en dos partes. Prometo seguir con mis brevedades como de costumbre. Gracias)
Hoy es tarde de domingo. Todos dicen que es el día más tontorrón de la semana.
Lo sienten tan a los pies del lunes que les aburre, creo que por esa cercanía.
Yo disfruto estas tarde de domingo como el preámbulo de algo maravilloso que
me aguarda: es la presencia de tu voz que parece esperar mi llegada. Me espera sin echarme de menos porque no sabe que en punto y fiel pisaré el umbral de tu puerta, como cada día, a las doce.
Te irás diez minutos más tarde, como todas las mañanas. No sé a dónde, ni me importa. Cuando amanezca será lunes, y con él, comenzará mi ritual, mis días pintados de azul, mi oración.
La mañana se presenta gris. Amenaza lluvia. ¡Vaya por Dios! Son las siete y media. He tomado un café y nada más. No quiero perder el tiempo; es que en los días como hoy se forman muchos atascos y no quisiera llegar tarde a mi encuentro con tu cercana presencia.
No me gustan los días de lluvia, entre otras cosas porque me mojo bastante. ¡Imagínate, en la moto! Por mucho chubasquero que me ponga siempre acabo como una sopa. Por mucho cuidado que tenga, algún material suele estropearse. Y no me agrada eso. Mi trabajo es siempre impecable.
Arranco la moto; algo le pasa. Tiene un ruido raro. ¡A ver si no me da el día la motito!
He hecho parte de la ruta diaria como quien es perseguido por un peligro inminente. La verdad es que no puedo ir a mi ritmo. Llevo retraso por la cantidad de atascos y por esta maldita lluvia que cada vez aprieta más, haciéndolo todo tan difícil. Aliada, además con un viento cruel que parece empeñarse en desviar mi moto a uno y otro lado. Parece gritar con vehemencia: “¡hoy no! ¡Hoy no llegarás!”
Estoy inmerso en un tapón de humo, lluvia, viento y pitidos, por no nombrar los “piropos” que de cuando en cuando me llegan y que se dedican unos y otros al volante. Esto es la sabana en pleno chaparrón.
El reloj va poniéndose también en mi contra. Me encuentro en el corazón de la ciudad, a las once y media, y para conseguir la ilusión que a diario me mueve, tengo que atravesar las calles más estrechas y embotelladas. Hoy no llego.
Miro con impaciencia la luz roja, con el pie y el puño preparados para darle rápido, en cuanto el semáforo quiera ponerse en verde de una puñetera vez. Siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¡Ahora! ¡Ahora, por Dios! ¿Qué pasa? Me pitan. ¡Joder! ¡No paro de darle! ¡Este trasto se rindió! ¡Madre mía! ¿Qué hago yo ahora? Tengo que ser puntual y llegar a las doce. ¡Lo siento! Ahí te quedas.
Dejo la moto en la acera; ¡qué me importa a mí la moto! Y echo a correr.
Sé que hay que empezar lentito; eso dicen, para conservar resistencia; porque me queda mucho y tengo poco tiempo. Como además he de hacer paradas obligadas, podré recuperarme a menudo.
Las doce menos veinte; hasta ahora todo bien. Nada que entregar en mano; todo rapidito. Si sigo así, a menos cinco, misión cumplida, y a disfrutar de mi diario privilegio. Dos manzanas aún por hacer y ya estoy.
¡Vaya; una entrega en mano! Eso por hablar. El portal es lúgubre y la humedad se siente hasta en los huesos. Una radio a todo volumen, y otra voz desgañitada, exenta de melodía, lucha por sobresalir. ¡Vaya tela! ¡Qué poco talento! Es que no hay nada que pueda compararse a tu voz y a esa elegancia con la que modulas. Cuando susurras en la melodía; cuando subes y me elevas al cielo. Cuando haces un vibrato, de esos que sólo tú sabes hacer, vibro yo también contigo. No renuncio a eso, por mi vida, que no.
Ésta no se entera. No para de gritar; sí, porque eso no es otra cosa que gritar. Aporreo la puerta para no quemar el timbre. El perro ladra al otro lado y ni por eso. La dejo por imposible y salgo del portal, después de haber acabado con el resto. A esa loca, que le vayan dando y se dé un paseíto para recoger el envío.
Son menos cuarto. Empiezo a correr de nuevo. Ya no me da tiempo a seguir con esta zona. Lo siento; lo haré a la vuelta.
El agua duele en la cara. La carpeta aún aguanta, pero no sé por cuánto tiempo. ¡Ojalá nada se estropee! Sigo corriendo.
-¡Por favor, por favor, apártate!- le digo para mis adentros un aparcacoches que me impide el paso, confiando en su reflejo al verme. El tío que ni me mira y al final tengo que gritarle: “¡quita, hombre!” Pero no reacciona a tiempo y tropezamos. Me caigo con él al suelo, todo embarrado, porque hemos ido a parar a los pies de una obra.
Tengo ganas de llorar. Voy a agarrar mi carpeta, pero se me resbala de las manos con el agua y el lodo. Cuando por fin consigo tenerla por el asa para levantarme, el individuo vuelve a caer encima de mí, y con él, la carpeta, que de nuevo va a parar al suelo, esparciendo todo su contenido.
Y allí me encuentro yo, como quien observa una orilla oscura, cubierta de gaviotas posadas en su arena, que no hacen nada por levantar el vuelo. Y yo, mirando este desastre, que me retiene, que no me deja libertad para seguir mi ritmo.
Sé que no podré entregar ese material, pero no puedo dejarlo ahí; y todo enfangado vuelvo a colocarlo en su sitio. El tipo sigue a lo suyo; no se tiene en pie, de lo que se habrá metido hoy. ¡Maldita sea mi vida! ¡Que no llego!
Corro de nuevo; tanto, tanto que los pies dan constantemente en mi culo. Quedan dos minutos para las doce. Si corro con todas mis fuerzas, lograré estar a punto en tu umbral. Pero aunque me mueven más fuerza y ganas que nunca, también mis zapatos se alían en mi contra. Empapados, no resisten en su sitio. Pesan cada vez más y se resbalan. Se me están cayendo. Como siga así, vuelvo a tropezar. Paro un segundo para quitármelos. Al principio opto por llevarlos en la mano, pero son un engorro; no me dejan seguir el ritmo con los brazos y los revoleo a su suerte. . .
. . . A su suerte que ha sido ir a parar a la cabeza de un policía local, que anda el pobre como yo, ahí en la calle, con lo bien que se está un día como el de hoy en casita. Bueno, eso lo dirá él, porque yo, si no fuera por esta angustia de que si llego o que si no llego, estaría encantado.
¡Y encima le dan un zapatazo!
Me mira con muy mala leche, y yo que me he quedado frío de mi puntería sin quererlo, también le miro absorto. Entonces me llama con la manita y con los ojos para salírseles.
¡Cómo le explico yo a este hombre que no quería hacer eso; que ha sido una mala suerte! ¡Cómo le digo, además, que no puedo ir; porque si voy, te me irás tú! Y tú eres lo que más me importa; y el agente, el pobre, puede esperar para después.
Junto mis manos con gesto que le implora piedad y le ruego perdón, y corro como nunca. Oigo, lejanos ya, los silbidos del poli, pero no viene detrás. ¡Menos mal, que si no…!
Treinta segundos para las doce. Veo tu casa, ya desde la esquina y la felicidad me inunda. Mis pulmones parecen romperse aquí dentro, en mi pecho, que no resiste más.
Con un esprín de esos que más duelen, las doce en punto. ¡Ahora sí! ¡Estoy aquí, en tu puerta! Tu puerta, que es para mí el templo de mis oraciones, el lugar donde me siento pleno, libre y volando a tu lado.
Tu voz me hace volar; sólo tu voz.
Hoy no traigo nada para ti. Menos mal, porque blanco sin mácula no me queda nada de nada.
Me resguardo en el pequeño porche de la entrada, donde siempre, ansioso, espero, me llegue tu melodía. Pero hoy no llega. Los minutos pasan y el silencio, sólo acompañado por el agua, que no cesa, reina en la calle. Al cabo de los quince minutos, adivino tras la puerta un sonido repiqueteante de tacones, bajando la escalera; el ruido de unas llaves y la puerta que se abre. . .
. . . ¡Oh, aquí te tengo! Te has asustado al ver mi desastrosa apariencia. Intento componerme la indumentaria, pero es inútil. Me miras con interrogación, por no preguntarme directamente qué hago en tu portal.
Te digo que me resguardo de la lluvia.
Es que cómo decirte lo que sin querer provocas en mí.
Me dices que si quiero pasar y asearme; que no se lo dirías a cualquiera, pero que son ya muchos años trayendo la correspondencia. Acepto, sólo por saberme un rato más cerca de ti. Y me dices que será el último día que nos veamos por aquí. Te pregunto consternado:
-¿Por qué?
-Porque me mudo de casa. ¿No ha visto el cartel?
-No. No lo he visto. ¿Muy lejos se va?
-No demasiado; a la calle Estrella. Necesitaba una habitación para mis ensayos de canto. No sé si sabrá que canto; y tengo que insonorizar una habitación para no molestar a nadie._
Te escucho, a la vez que enjuago mi cara en el lavabo, para disimular las lágrimas, que no paran de salir de mis ojos. Me encantaría poder decirte que no molestas; que es agradable escuchar tu voz. Y no sólo eso. Quisiera decirte que no sólo no molestas y que es agradable, sino que, además, eres necesaria para mis oídos, para mi día a día, para la salud de mi alma, para mis ilusiones.
Quisiera decirte que no te vayas, pero quién soy yo para eso. No soy más que tu fiel cartero que no tardará en pedir cambio de zona; que no pierde la esperanza de que por algún fallo en la insonorización, un resquicio de música de tu garganta pueda un día volver a resonar en sus oídos.
Mientras, seguirás siendo la gran ausente de mis mañanas.

GRANDES BATALLAS DE LA HISTORIA (XIV).

Batalla bautismal de Usagre.

Familias Roales Pinto do Guimaraes/Bermúdez Tachenko.

Parroquia ermita de Usagre, donde oficia y moja el vicario suplente tercero, padre Tiago Pardo, alias Papamoscas.

La Parroquia cuenta con una cuadrilla de guardacoches profesionales dirigida por Samuel Morris, alias el Bisho Loco, quien además abre el baile después del chocolate con churros.

Aparente calma. Aparente.

Hay abuelas que pueden ir de paquete en moto de 250cc y sin casco. No es el caso de doña Aguasantas Aparicio, muytatarabuela del bautizable. Tras bajarse de la moto por delante, su pelo con aspecto de cepillo esférico hizo llorar a los chiquillos y esgrimir el crucifijo al monaguillo de guardia. Para evitar males mayores, doña Aguasantas hizo una consulta formal:

-¿Ya han bendecido el agua a utilizar en el enfriamiento cerebral del indefenso?

-En todavía no de momento hasta la fecha en particular, -respondió el monaga.

Doña Fuensanta se apoyó en dos trisnietos y metió la cabeza en la pila, de donde salió comparable a una mona gibraltareña con seis pasadas de lija.

Lo bueno era que dejaría ver a los de atrás, ahora con el cabello aplicado a la mente. Lo malo fue que su prima en sexto grado, beata mayor de la Cofradía de la Preciosísima Candela, consideró los hechos como un ataque frívolo y blasfemo hacia el símbolo del agua destinada a las meninges. Ella no era de gritos desde lejos: Se despojó de la pamela (numerada con el 96 para el guardarropa), los tacones (descendió un palmo) y se tiró al cuello de Aguasantas, a quien recriminó que ni su nombre se merecía.

Dadas las edades y las ajustadas fajas usadas por las contendientes, los cocotazos y los mordiscos duraron menos de un cuarto de hora. Al principio, las apuestas daban un tres a uno a favor de la beatífica, pero Aguasantas aprovechaba cualquier oportunidad y en menos de lo que se tarda en digerir un divorcio le abofeteó los dos omóplatos a ritmo caribeño. Instantes después, tras pisarla sin querer, la jurásica se levantaba dando traspiés y se dirigía a la nave donde por fin se celebraba la humidificación.

Más tarde, en el convite, volvieron a cruzarse miradas asesinas entre las dos mujeres: No hizo falta declaración de hostilidades.

Cuando los camareros la encontraron bajo la mesa de padres y padrinos, roncaban tan armoniosamente que las cubrieron con los manteles más limpios que encontraron. Bajo sus cabezas, le colocaron los bolsos llenos de changüis, que para eso estaban pagados.

jueves, 18 de junio de 2009

SEGÚN COSTUMBRE.

Como ese día tocaba hacer el amor, el marido se levantó temprano y preparó el desayuno. Tomó una bandeja blanca y colocó sobre ella un zumo de naranja, café, fruta recién cortada y unas tostadas con rodajas de tomate y aceite. Junto a la servilleta, colocó una flor.

La esposa, recostada sobre unos almohadones de seda, se acomodó para compartir la comida.

Se miraron tras el último sorbo de café y uno al otro se limpiaron con delicadeza las comisuras de los labios.

Una vez retirada la bandeja, cada uno se sentó en su taburete para ajustar perfectamente su catalejo y espiar a los vecinos, a los que ese día, según costumbre, les tocaba hacer el amor.

miércoles, 17 de junio de 2009

LEY CON POLÉMICA

Yo no puedo comprender,
porque no encuentro razón
cómo se puede objetar
en tema de educación
y más aun cómo ocurre
con la nueva asignatura
que tan sólo lo que intenta
es formación con mesura.
Que sean respetuosos
con los que no son iguales;
prescindiendo de complejos,
deben tratar como tales
pues no ser discriminados
por sexo ni religión
es uno de los principios
que está en la Constitución.
Repito que no comprendo
el porqué del alboroto,
tranquilícense, señores,
y procedan con cordura
aprovechen la enseñanza
que aporta la asignatura,
porque educar en valores
y respeto a los demás
son para todos principios
que les enrriquecerán.

martes, 16 de junio de 2009

GRANDES BATALLAS DE LA HISTORIA (XIII).

(Con previo perdón por las disculpas a mi querida Inma, por el exceso de longitud. Pero se me ha ido de las manos. Besos)

Batalla Sinfónica de Haipemarkestratt.

 

La megasinfonía a ejecutar, Lerenda Sub Iutatis opus 3, del toledano Visigo Astortia, era de una tonalidad arrebatadora en su obertura. Por ello, el director precisaba de una puesta en escena plena, sin concesiones a una distracción, con los cinco sentidos de cada músico. Con el alma en cada nota. Tras el segundo movimiento, la mayoría de los espectadores se tragaría cualquier cosa. Incluso el resto de la obra.

Pero…

El primer violín salió con la bragueta abierta. Nadie le dijo nada entre bastidores, porque el domingo anterior el muy malage tampoco advirtió a Nati Chaves, la segunda violonchelista, que tenía los zapatos cambiados, acentuando su condición de zamba. Advertido que se lo hubo a gritos la panderetera contralto, el primer violín puso su instrumento, el primer violín, en la boca del barítono bajo, para que se lo aguantara. Pero lo que oyó la panderetera contralto fue sólo el “aguántamelo”. Siendo como era y sigue siendo, prima del barítono bajo, se fue a por el primer violín arremangándose las medias y le soltó un golpe en el estómago, a cambio del impacto de un chicle en un ojo.

A todo esto, los tramoyistas no habían bajado el telón para levantarlo con la función. El público consideró innovadora la escena de teatro experimental previa y aplaudió, aunque con frialdad.

El director, sorprendido por la pasión inicial, levantó las manos invocando a Tokála Toa, el dios más afinado de los cielos, para agradecer su intervención.

Dado que el barítono bajo engullía lentamente el primer violín, su dueño intentó arrebatárselo, pero la panderetera tenía trabajo pendiente y en menos de lo que hace falta para tumbar un novillo y ganar un rodeo le afeitó la nuca.

Ya era hora de reaccionar, pensó la soprano suplente. Llevaba una añugación atascada en la garganta, desde que cien meses atrás la panderetera contralto le impidió debutar como quinta pastora en “Les ordeñateurs”, y saltó como una pantera hacia el peinado de la contralto, que no la vio venir. Más de ochenta horquillas le sacó en pocos minutos. Y algunos pelos.

El coro entonó a pleno pulmón el “¡Desapartheid, please, Desapartheid” del griego Oigalos Paciphistias, pero el barítono alto había sido camionero, y lo era algunos domingos, y no sabía aguantarse ante una buena pelea. En un salto felino, agarró el cierre del sujetador de la soprano suplente, tiró hasta lo que más pudo y lo soltó después sobre la espalda, con toda la mala idea.

Fijándose bien, había cierto orden lógico en las incorporaciones a la gresca: El director, enardecido entre los gritos muy parecidos al texto de la obra, reconocía ajustes de cuentas pendientes. Y lo mejor de todo, los golpes, hasta los cabezazos, sonaban en Sol. Y es que cuando calienta  el Sol…

Llegó el turno del tío del bombo, un hombre también gordo y redondo, que quitó el tapón que tiene el instrumento por el lado y sacó de allí una pala matamoscas. Con ella, sin mediar aviso ni declaración previa, se fue a por el pianista, que en ese momento ya había sacado unas notas renovadoras de su instrumento, contando con que las orejas del barítono alto recibían buena parte de los golpes de teclado. No pudo evitar, en cambio, el impacto de la pala matamoscas sobre la verruga de su frente, algo que había irritado durante diecinueve años al tío del bombo. Esa noche, por fin, se había realizado su máxima fantasía. Además, la verruga se posó, tras su despegue de la frente, en la corbata del director, que, embalado, se desprendió sin querer de la batuta, la cual pudo ser extirpada del muslo del ocupante del segundo palco platea, en una sencilla intervención quirúrgica.

-Pues con las manos dirijo, con las manos me sobra, -relinchó el director, encabritado como un potro alazán desbocado, pleno de pasión, mientras esquivaba a los barítonos rodando por el suelo perseguidos por la panderetera, una verdadera fiera en el uno contra uno.

La tesis de la obra culminaba, no cabía duda, a decibelio puro.

Surgió, como Ángel Pacificador, el trompetista Yasetebelos Escrotenberg: Sus labios clavados en la embocadura representaron la llamada del Apocalipsis, El Juicio Final y la Declaración de la Renta, todo junto.

Recogiendo harapos, monturas de gafas y sin dejar de cantar y tocar en ningún momento, cada componente de la orquesta y coro, con decoro pero sin condecorar, regresó a su lugar.

El director se tragó sin diluir dos de las tres cafinitrinas para el corazón y siguió de pie. En casa, tranquilo, sacrificaría una cabra a Tokála.

El público, aterrorizado, sacaba por Internet entradas para sesiones de doce horas de películas de Disney. Daba igual el precio. Lentamente, buscaba la salida sin volver la espalda.

De un golpe, el telón caía sobre el escenario. La luz se iba y primero el silencio y luego la paz, de alguna manera, volvían al teatro de la villa de Haipemarkestratt. 

sábado, 13 de junio de 2009

BELLA UTOPIA

Qué mundo tan bello
estoy contemplando;
en él no se encuentra
ni maldad ni engaño.
No existe la droga,
tampoco la guerra;
no hay terrorismo
ni hambre, ni miseria.
Las armas de fuego
no tienen cabida;
aquí no se mata,
solamente hay vida.
Vida en los arroyos
de aguas cristalinas,
al no haber productos
que las contaminan.
Bosques muy frondosos
se ven por doquier,
se perfuma el aire
con este vergel.
Sus gentes caminan
firmes y seguras,
no temen a nada,
nada les preocupa.
Viven en un mundo
próspero y feliz
y todos se ayudan
¿Qué pueden pedir?
¿Donde está ese mundo
tan bello y risueño?
!amigos qué pena!
sólo está en mis sueños.

CONCEPTOS (2). EL SISTEMA FINANCIERO.

Al no recibir la nómina en el mes de enero, igual que siempre, a Crispín Gajo le dio por imitar a los grandes bandoleros del siglo… de los bandoleros. Se probó la bufanda y, con el trabuco colgando, empezó una carrera delictiva, eso sí, en ciclomotor de 50 centímetros cúbicos a falta de corceles árabes. A los dos días, por falta de pago, sin moto y en pijama de lunares ya no era lo mismo.

Crispín volvió a su empleo como lijador de esquinas y pensó en pedir un préstamo para ampliar el negocio. Mientras esperaba a ser atendido en un banco leyó en una página, atónito, un magnífico artículo histórico sobre los bancos:

Cualquier negocio de la Edad del Piñonate necesitaba financiación ajena. Los poderosos recibían montañas enormes, descontada la cima como comisión de apertura y los pequeños pobretones se llevaban saquitos de arenisca con un agujerito para descontar los intereses.

Pero la verdadera organización del prestar dinero llegó con los judíos, al mismo tiempo que se organizaban los que no iban a devolverles la pasta y fundaban la ¡Yqueseyó! cuando le requerían el pago; quemaban en la hoguera al prestamista junto con las pólizas de préstamos en mora y su criada mora, que se ponía morado ya que moraba con él. “Mora pro nobis”, solía decir el jodío sin más demora, por más quemado que estuviera.

De no ser por los bancos, mucha gente habría permanecido sin dinero y de pie.

Los Reyes Catastróficos promovían la construcción de portaaviones y botes neumáticos, por si alguien tenía que hacer un viaje muy largo o pasear por el pilón del pueblo y con lo que sacaban alquilando las naves pagaban los plazos mensuales al Banco Molocos, entidad pionera en financiar hospitales psiquiátricos.

Con la expresión ¡va lista si cree que va a cobrar! surge la figura del avalista.

En los años siguientes se dio el ver florecer los bancos, fundándose entre quince y veinte mil diarios en los días malos; en la puerta se estrellaban botellas de champán o perolas de potaje según fueran destinados a financiar un teatro o una pocilga

Llegó a haber tantos bancos, que no había suficiente dinero para guardar algo en las cajas fuertes, turnándose para custodiarlo en días alternos.

Se hizo famoso y alcanzó prestigio el Banco Brando, con foto del famoso actor, que llegó a recuperar algo de lo prestado.

Surgieron como respuesta muchas más entidades financieras:

Las Cajas de Ahorro, entre ellas la Cajajiajajá, cuyos principales clientes eran humoristas y payasos famosos.

Las Cajas Rurales, obligados sus empleados a llevar cayado y pantalón de franelita. A primeros de mes, ponían perros pastores para que no se colara nadie.

Finalmente, surgió para el control el Banco Gidos, que funcionaba con un poquito de aquí, otro de allá, hasta arruinar bancos chicos y rentables situados en un solar precioso y poner allí una tienda de lencería a Cuquita Dencima, conocida lejana del director general.

Tras ver jubilarse a dos generaciones de empleados del banco donde esperaba, Crispín dudó del éxito. Dejó la revista y se fue a otra entidad financiera. 

AGRADEZO, DON MIGUEL.

Harta de cintura ancha,

sin caricias en mis manos,

vi venir al más humano

de los hombres de la Mancha.

Con la mirada perdida

de sueños de libertad,

para quien ser sometida

a su amor sería en verdad

grande voluntad de vida.

 

Venía él acompañado

de un gañán triturapuerros,

pero tan fiel como un perro:

Sin moverse de su lado,

sin gritarle de bellaco

ni perdido, ni poseso,

ni de confundido el seso.

Eran hidalgo muy flaco

y escudero muy obeso.

 

Habían lidiado gigantes

de poder sobresaliente,

y salieron por los aires

tras lucha fiera y valiente

de caballeros andantes,

sin renunciar al donaire.

Tras tantas lides y ententes,

se venían a la venta,

vencidos de mil afrentas

pero sin rendir la frente.

 

Antes de servir el vino

mandé callar la posada:

Sentí que cambió mi sino

al mirarme su mirada.

 

Rocé su barbilla hirsuta,

blanca de sabiduría;

dejó la caballería

y me olvidé de ser puta.

 

No sonó más risa allí

a un caballero perdido.

Dejé el vino sin servido

y lloré cuando le oí

pidiéndome de vivir

toda su vida conmigo.

 

Me prometió, don Miguel,

un amor definitivo.

Y me remitió hasta él:

Miguel, le doy por cumplido.

martes, 9 de junio de 2009

Cuestiones Prácticas (1)

CORRESPONDENCIA.

 

 

Como vuelven las elecciones, se tienen que pintar todos los buzones de correos. Son ganas de tener que abrirlos y sacar las cartas, pero gracias a esta simpática circunstancia rememoro mi tiempo como cartero o personal de Clasificación y Reparto. Sentado en el bordillo, sin miedo al atropello de mis pies, escojo una al azar y leo:

De Carmen Tecata a su 1/2 naranja, Alfonso Papo:

Hoy es tarde cuando te escribo, porque no he llegado antes del centro, donde fui a comprar brevas para enviártelas junto a unos pololos nuevos. Me rondan los viudos y ya, amor, no sé qué decirles. La idea de que volverás (por qué tú vuelves, ¿no?) me consuela de seis a siete menos cuarto. El resto del día, amor, en fin…

Esta carta, se ve perfectamente, es de 1.966. Menos mal que no la recibió Fonsito, porque cuando vinieron aquí los Bitles a cantar, la Carmen se fue con la maquilladora del Ringo.

  De Honorina Peromea a su cuñado, Fermín Otauro:

Guardo tu dentadura como te prometí, pero mi marido me asedia con preguntas a las que ya no sé qué responder. Algunas son fáciles, como el máximo común divisor de números pequeños, pero otras tales como ¿de quién es esta porquería que está junto a mi cepillo de dientes? me agota y me deja cansada. Casi no me depilo. Esto tiene que acabar…

De ésta, que está en tarjeta postal por las prisas, se acordaba nuestro sellador, Cenutrio Tampón, que mató el sello de un tiro en el descanso de la misa de ocho. No sé yo si la dentadura mencionada es la que llevamos usando nosotros como abrelatas tantos años en la fonda.

De Gaspar Turienta a Enriqueta, su hija:

Niña, venga pal pueblo, que bueno está lo bueno: siete años probando lo de camarera en Madrí. No es que tu novio me disguste viniendo todas las tardes a preguntar, pero no duermo la siesta como es debido. Tu madre me dice que dónde has guardado el mantel de flores verdecitas, que le gusta ponerlo cuando vienen las de la asociación de Amas de Casa…”

Esta misiva, escrita junto al pilón una tarde de verano, me inclina a deliberar sobre la emigración, si hacerla con bocadillos o ir comiendo lo que dan en los sitios por los que pasas.

Del párroco Padre Naje, a otro párroco, Padre Nalina:

En celebrando que vos encontréis bien, te cuento la celebración de la célebre misa del 14 del presente. No me corearon los cantos y en la cestilla de la colecta, encontré sólo billetitos de autobús. Te lo pondré clarito: O me mandas feligreses con calderilla los domingos impares para animar a los míos o no vuelven a tus procesiones las niñas de mi pueblo, que sé que les miras las corvas…”

Fue simpático lo de esta carta, porque era la única de aquel día y no la llevé porque me traía más cuenta lo del contrabando de suelas.

El resto resulta una variopinta y rica selección de mensajes, anhelos y sueños, negocios y proyectos de todo tipo, que, leídas, proporciona la más grande y exacta descripción de la historia de un pueblo, pensando que entre la primera que entró en el buzón y la última han pasado cincuenta y dos años.

Por puro sentido de la responsabilidad, las he echado al correo.