viernes, 29 de marzo de 2013

Hoy



Los azahares desafían la lluvia
sembrando de pétalos las aceras,
estallando ese aroma inconfundible
que la brisa acerca a nuestro lecho.
Hoy, en  la primera luna llena de primavera,
suena el preludio de Mozart;
nos miramos,  surge un verso.

domingo, 24 de marzo de 2013

Notas.


Aquel día, algo después de nacer, en que comenzamos a preguntar sin saber aún cómo ofender, nos convertimos en científicos inocentes, que era como decir ciudadanos libres. Cuando hicimos preguntas menos sencillas, se nos echó del Invernadero y la Ciencia de hojas sueltas se pasó a ser religión de un único libro; encuadernado.

Y así estamos. 


Cansada por la constante pérdida de uno de sus zapatos, Cenicienta se calzó unas cómodas zapatillas de baile para otra noche especial de primavera en el palacio del Príncipe. Su vestido y su sonrisa iluminaron la fiesta. Pero nadie le advirtió del cambio de hora. 

En el confesionario, el asesino escuchó las palabras finales del cura y, tras deliberar con su conciencia, dio la absolución al sacerdote.


Doña Araceli Basurte, natural de Eslovaina, dedicó su vida a coleccionar hijos de distintas tallas, colores y caracteres. Si paría mellizos, o incluso tres iguales, podía cambiar uno o dos de ellos por algún repetido de doña Ana Baptista Sócrates, otra de las grandes –y reconocidas- especialistas en la materia.

El tanque rusísimo modelo Kgón22 hizo su presentación en la feria de máquinas de Oleaitugrado el pasado lunes. Como demostración de su precisión en la localización y destrucción de objetivos, su tripulante, la comandante Tatiana Karetof, voló por los aires el chalet que el ministro Karetof acababa de decorar para su secretaria secreta, Davidova Bobadavinsk, la cual apareció con un tenue canesú azul celeste junto a la veleta de la catedral.

La mujer que te mira  en el bar inicia el juego. Tú te levantas y avanzas hacia ella, como el Primus Inter Pares. Gracias al estallido de tu frente con el inmaculado separador de cristal mientras se sienta a su mesa otro elegido con la mirada que te arrogaste como propia, la confusión se deshace poco más o menos, pues tú, al caer y levantarte, ves tu gabardina en el suelo, la recoges y te vas.

Las estadísticas no dicen nada. Los números no cambian. Las opiniones no existen. Sólo pasan las cosas porque algo tiene que pasar y  porque no hacemos las que sí deberían modificar las estadísticas, utilizar los números para contar y medir y, así, tener criterio para opinar un poquito por encima del disparate.

El pájaro de oro no es una leyenda. Está preso en una jaula de hierro oxidado, en algún lugar del paralelo 23. Llevamos muchos años intentando cerrar el intercambio y poner en su sitio al pajarraco negro, el que lleva ocupando ese tiempo la jaula de oro sin cerrar, en la que entró con protestas, pero de la que ahora tiene miedo a salir.

El gran Jefe Cherokee José Luis Montemayor Valdivielso, mentor y director financiero de su tribu, firmó una cuenta de crédito de mil millones de dólares en bonos convertibles a sus compatriotas con la garantía de la temporada de búfalos de sus tierras. Ese año hizo tanto calor que los búfalos se desprendieron de sus pieles y fueron confundidos con los concursantes de culturismo de Iowa, donde sirvieron de garantía para unas acciones que sus gobernantes querían endosar recíprocamente a los Cherokees, en una operación financiera impecable. En el mismo lote de valores al alza, se incluyeron dos millones de gallinas futuras, es decir, unos treinta huevos blanquísimos con un porvenir indiscutible. La Comisión Nacional de Vigilancia y Control del Mercado de Valores Garantizados, estricta como siempre, exigió el color verde limón como el único a utilizar en la emisión de los certificados de los títulos, tanto los extendidos al portador como los nominativos. Hoy mismo le he dicho a mi gestor que adquiera en mi nombre un millón de papelitos de éstos, aunque tenga que matar en el parqué. 

El dúo de guitarristas formado por Olegaria Divoice y su prometido Hepberg Mogadiscio actuó ayer en el teatro Cidad, interpretando la pieza Péinate Mejor, Cloe, de Estanislav Adora. Reseñamos la especial limpieza del toque, así como la austeridad general del espectáculo, demostrada con el uso de una sola guitarra para los dos intérpretes. Según se desarrollaba la obra, uno ponía las manos en el traste (el palo) y el otro garrapiñaba (rasgueaba) o le daba con las uñas muy deprisa (punteaba). Lo bonito era ver cómo se levantaban y sentaban de la única silla del escenario.



sábado, 23 de marzo de 2013

Juegos a deshoras


A las tres de la madrugada sonó el móvil de Aurora:
-Le llamo de la central de alarmas. Ha saltado sólo la alarma del mostrador; nadie ha entrado por la puerta, ni por el escaparate de su tienda, pero se ve que algo se mueve a esa altura. Posiblemente haya una emisión cercana de radio, porque se oye cantar a una niña.
Al día siguiente, al llegar a su trabajo, Aurora encuentra una comba delante del mostrador.
En algún lugar interdimensional, una nenita aburrida sueña con el momento en que pueda volver a jugar con los ángeles custodios de aquel lugar de luz, de su tienda esotérica.

sábado, 16 de marzo de 2013

COINCIDENCIAS


La vendedora de lámparas, sacando un pedido recién llegado de Arabia, advirtió lo distinta, y por ello especial, que era una de ellas, y se dijo: “ésta no la vendo”.
Al instante, por la puerta entraba un joven intentando enrollar una inquieta alfombra que no se doblegaba, y colocándose bien el turbante pronunció firme: "¡deme lo que es mío!"

viernes, 15 de marzo de 2013

Es una chica excedente... y siempre lo será.



Doña Victoria Cornualles Candenflor, portera que acababa de renovar su cargo en las últimas elecciones de la comunidad, me clavó la mirada en cuanto entré en el portal la mañana del lunes pasado, recién llegado de las Islas Portaminas. Se me encaró, quizá, por el barro que distribuí con mis botas en el recién fregado suelo del zaguán. Después de una reprimenda a todas luces más de ritual que de búsqueda de mi arrepentimiento y posterior pase de una bayeta en posición humillante, me atrapó por la corbata, me izó y me llamó a confidencias junto a los buzones, un lugar siniestro, oscuro y húmedo. Ella conoce bien los perniciosos efectos de una permanencia larga en ese tétrico rincón, así que fue breve mientras conocí y valoré su fresco aliento de menta ante la proximidad de sus cotillas labios:
–Doña Cristobalina Doré Calzasblues, la del ático dos, vedette y modelo emblema del edificio, se nos ha hecho monja sor durante el fin de semana. Y usted en las Chimbambas, pedazo de holotúrido, y yo inactivada como portera en funciones.
Eran unos sustantivos a tener en cuenta los de su intensa alocución. Me quedé con los dos que suponían un cambio radical en los hábitos de doña Cristobalina, que en el futuro se presagiaban –para mi pesar- mucho menos verderones y más negros.
Recuperé el control de mi corbata y a modo de tango conduje nuestro conjunto de dos figuras hacia la puerta de los ascensores, lugar con cierto riesgo de coger frío debido a la corriente, pero con la opción de ayudar a quien no puede por sí solo abrir la puerta y, quién sabe, coscorronear el cogote de los menores de diez años que insisten en transgredir la norma de no viajar en solitario a su edad. Mi voz sonó grave, como la situación se mostraba en el pasado y requería en adelante.
–Andacoño –dije y ella asintió con un amén mental. Una aquiescencia pura.
Salió del breve trance y metió la fregona en el cubo, la escurrió y en menos de lo que yo tardaría en preparar un vaso de agua del grifo recogió el resto del barro desparramado en mi desplazamiento por la portería, me levantó en volandas y me dejó caer con suavidad sobre la fregona, dejando inmaculadas las suelas de mis botas. Fue el tiempo que empleamos los dos en soñar con tramar un plan perfecto, o al menos que se pudiera contar en junta de propietarios.
En cuanto la brisa secó el suelo y nos hizo estornudar al unísono, ambos nos retiramos a nuestros quehaceres. Doña Victoria a su portería y yo a mi ático donde desarrollo mi labor artística. Soy pintor de mujeres.
Descansé un rato y me propuse pensar en soluciones urgentes y válidas. Viendo que el rato se dilataba, bajé de nuevo a la guarida de la portera, con quien me encontré en la mitad de las escaleras, subiendo a verme, según me dijo.
-Yo no sé si es que no es lo mismo –me dijo sin que supiera qué pregunta no hecha me estaba respondiendo. Le contesté con firmeza:
-Nada de manifiestos ni pancartas. Nada de actuaciones oficiales. Esto lo haremos como un comando, aunque después, si nos cogen, no respondan de nosotros. Sígame o sígase con sus quehaceres. Aceptaré lo que decida.
En cuanto doña Victoria dejó caer su última prenda de blancura inmaculada sobre el rellano, me vi obligado a cursar una petición no documental relativa a sus carnes. No soy de natural complicado y valoré en pocos instantes los deliciosos matices rubensianos del cuerpo de nuestra correveidile número uno. Sin más que hablar, dejando su ropa tirada en el descansillo, la hice subir conmigo.
Su entrega fue absoluta. Su mirada, plena de luz.
Gracias a ella terminé el cuadro que Cristobalina me habría dejado a la mitad.
Cuando anuncié la última pincelada, doña Victoria dejó su pose y se acercó a ver el resultado. Se sintió bien tratada pues rejuvenecí algunos de sus rasgos faciales. En cambio, me regocijé en sus curvas, ella lo notó y con la fuerza que exprime sus fregonas me atrajo hacia ella.
Antes de que me llevara en volandas al lecho, una patada en mi puerta sin cerradura anunció la entrada de Cristobalina. Venía despeinada, y con el tiempo justo de haberse incendiado los labios de carmín en el taxi que la trajo de vuelta del convento.
-Hay excedente de cupo –dijo refiriéndose a la Orden de las Bicloratas de Santa Borla-. Me han dado número para la siguiente promoción, dentro de no sabemos cuánto tiempo.
Notó que nos alegramos por ella cuando saqué una botella de champán del frigorífico y tres copas.
Con la elegancia del maestro Juan Belmonte, doña Cristobalina dejó caer con suavidad las ropas de que traía en un hatillo y después las que la alejaban cada vez menos de la desnudez. Me vi sitiado. Se trataba de una emergencia.
-No es momento de discusiones –dije-, sino de ver el resultado final al fundir lo mejor de cada una de ustedes, señoras mías.
Lo entendieron igual que yo, incluso en lo relativo al cuadro.
Desde la ventana, la futura solicitud de ingreso en el convento, hecha mil papelitos, daba vueltas en el aire gracias a un pequeño remolino de brisa.
En la próxima reunión de comunidad, no sería necesaria la renovación del cargo de musa. Al contrario, tendríamos un glorioso Biunvirato. Y mis cuadros, 90% del presupuesto de la comunidad, duplicarían su precio.

martes, 12 de marzo de 2013

Filomena 4

Los días iban pasando y mi obsesión aumentaba. Los amigos habían comenzado a visitarme y a traerme comida y pasteles que siempre eran bien recibidos. Al caer la noche me lo comía todo. Como no salía de aquel piso para nada, comencé a engordar de forma inaudita. Apenas me duchaba y el pelo lo tenía algo descuidado, pero todo bajo control. Durante el día, con los ruidos de la calle pensaba que Filomena ya no estaba, pero de noche, la sentía moverse, arrastrar cosas, y os diría sin temor a equivocarme que la oía respirar e incluso reírse de mí. Así hasta que un buen día, mi marido se presentó con un psiquiatra y decidieron  internarme en esta residencia desde la que escribo. Aquí he hecho un nuevo amigo que me dice que huyó del ajetreo de la vida cotidiana y se  fue a vivir a las cloacas, donde pasó  largos años de felicidad hasta que lo encontraron. Cada tarde quedamos en el jardín y enterramos toda la medicación que no tomamos, pues no la necesitamos. Los domingos, la familia viene a visitarme, y me dicen que la rata cayó en la ratonera, y que ya no está. Yo se que lo dicen para tranquilizarme, y les sigo la corriente, para poder salir pronto de aquí.  Fin.

DANDO SEÑALES

Hoy, que me siento después de mucho, mucho tiempo en un ordenador de mesa (todo lo hago desde el móvil), la segunda actividad que intento es entrar en Para Leernos y dejaros un beso.
Deciros, además, que estoy escribiendo sin saber si a este puñetero sistema le va a dar la gana de dejarme publicar, tal como ha hecho de un tiempo a acá en otras ocasiones.
Y desde luego, trasladar mis ganas de compartir aunque sea un café con vosotros.
Vamos a intentarlo, a  ver qué pasa. Le doy a publicar...y...

lunes, 4 de marzo de 2013

Sociomusixología práctica.


Ayer, en el teatro Tamundos, el sociólogo Kalper Borato Sigado, recién salido ­–como siempre- de su arresto domiciliario, demostró con un éxito clamoroso su tesis –nada original pero sí de modo original- que apoyaba a muerte la relación causa efecto y paralelismo del Bolero de Ravel y el orgasmo obtenido “o sobrevenido”, in crescendo, acompasado de modo paralelo a la famosa obra, es decir: en progresión creciente y de vertiginoso final, como corresponde a dos obras de arte simultáneas.
Para su triunfal prueba Kalper despelotó al público asistente a la interpretación de la mágica pieza musical situado en el patio de butacas. Lo hizo además con un orden premeditado sin el menor convencionalismo, procurando respetar ciertos principios de no promiscuidad, o bien reduciendo al mínimo dichos principios. Una vez situada la orquesta y con el director vuelto hacia ella, el sabio alineó en las filas impares a los hombres, a los que instó a sentarse con comodidad y subir los apoya brazos para, acto seguido, indicar a las mujeres montar a horcajadas sobre ellos sin perder un ápice del seguimiento de la música desde el primer instante, para lo cual hizo instalar una enorme pantalla en la entrada del patio, justo enfrente del escenario donde las mujeres ya encajadas podían seguir el compás de los instrumentos.
Conforme avanzaba la obra, salvo un pequeño error de posición entre dos parejas que supieron recomponer el orden preestablecido sin tener que parar la sección de vientos, el público de los palcos –a tenor de la posterior encuesta- afirmaba “sentir” las respiraciones aceleradas “al mismo tempo y compás que la melodía marcaba”. Se tomó nota para ello de los “ayes” y “uffes”, y de la progresión en el consumo de oxígeno, dato éste de una objetividad incuestionable.
En cuanto los platillos anunciaban el apoteósico final, se produjo un frenesí de pasiones desbordadas, compartido, demostrado, unificado y pletórico que alcanzó el 98% de las parejas que participaron en el experimento. El restante 2%, en que no se pudo o no se quiso despegar a la mujer de su asiento para cabalgar sobre su pareja de la izquierda, adujo broncas domésticas preexistentes y no resueltas antes de llegar al teatro, lo cual añadió si cabe más credibilidad a la demostración empírica del Teorema de Kalper.
La orquesta aplaudió a las 250 parejas intervinientes y, desgraciadamente, no se le concedió un bis.
Como nota anecdótica, al devolver la ropa a los participantes, uno de ellos, el señor Dexter Mita, metro noventa y ciento doce kilos, recibió y devolvió de modo inmediato un tanguita color magenta de doña Consuelo Pisadas, que no le reprochó el error y le pidió, en cambio, conservar sus enormes e inmaculados calzoncillos a cuadros blancos y negros con los que cubrir una pequeña mesita y jugar al ajedrez sobre ella en un futuro. Dado que los respectivos cónyuges no adujeron nada en contra, la transacción se llevó a cabo.
El próximo jueves, en el Aula Magna de la Facultad de Hinflalabolla se reúne el tribunal convocado para calificar –esperamos que con nota cum laude- el trabajo llevado a cabo por el profesor Borato.

Filomena 3


Con un cúter y mucho cuidado corté los metros de cinta empaquetadora que habían convertido la pequeña puerta lacada en blanco en un cuadro abstracto. Abrí cautelosamente una rendija, armada  previamente con un palo de escoba, una linterna, dos ratoneras y un gato prestado (por si las moscas), como Indiana Jones en alguna de sus aventuras, esperando que en cualquier momento, una enorme fiera saltase furiosa  sobre mí. El gato, "Logan", fue el que saltó de mis brazos arañándome una mano y corrió a esconderse bajo es sofá.
La propietaria del gato reía divertida subida en un sillón mientras yo, asustada por la repentina fuga de Logan había dejado caer todo mi armamento al suelo. Esta vez con más valor y mucha decisión abrí la puerta y contemplé el interior. Logan, esquivo, asomaba el morro curioseando bajo su dueña y receloso por si lo volvía a coger. Yo, concentrada en el haz de luz de mi linterna, buscaba en la penumbra. No ví a Filomena. Sus huellas en los sacos roídos y sus  cacas enormes me confirmaban su presencia. ¿Por qué dejarían los albañiles tantos restos de obra allí? Instalé un par de rateras que compré en la ferretería y decidí montar guardia hasta que la ratita cayera. Mi amiga, al cabo de un par de horas se marchó con el gato, so pretexto de hacer la comida, y así fue como nos quedamos a solas Filomena y yo. Por la noche, vino mi marido a buscarme. Yo había decidido no moverme de allí y dormir en el sofá de aquel apartamento. Mi marido, desconcertado y malhumorado, se marchó inexplicablemente para mí. La noche transcurrió tranquila salvo por un par de sobresaltos. Las trampas permanecían intactas. Por la mañana, mi hija me trajo un café intentando convencerme para que volviese a casa, pero yo tenía la firme convicción de no moverme de allí. Así fueron transcurriendo los días... (continuará).