viernes, 15 de marzo de 2013

Es una chica excedente... y siempre lo será.



Doña Victoria Cornualles Candenflor, portera que acababa de renovar su cargo en las últimas elecciones de la comunidad, me clavó la mirada en cuanto entré en el portal la mañana del lunes pasado, recién llegado de las Islas Portaminas. Se me encaró, quizá, por el barro que distribuí con mis botas en el recién fregado suelo del zaguán. Después de una reprimenda a todas luces más de ritual que de búsqueda de mi arrepentimiento y posterior pase de una bayeta en posición humillante, me atrapó por la corbata, me izó y me llamó a confidencias junto a los buzones, un lugar siniestro, oscuro y húmedo. Ella conoce bien los perniciosos efectos de una permanencia larga en ese tétrico rincón, así que fue breve mientras conocí y valoré su fresco aliento de menta ante la proximidad de sus cotillas labios:
–Doña Cristobalina Doré Calzasblues, la del ático dos, vedette y modelo emblema del edificio, se nos ha hecho monja sor durante el fin de semana. Y usted en las Chimbambas, pedazo de holotúrido, y yo inactivada como portera en funciones.
Eran unos sustantivos a tener en cuenta los de su intensa alocución. Me quedé con los dos que suponían un cambio radical en los hábitos de doña Cristobalina, que en el futuro se presagiaban –para mi pesar- mucho menos verderones y más negros.
Recuperé el control de mi corbata y a modo de tango conduje nuestro conjunto de dos figuras hacia la puerta de los ascensores, lugar con cierto riesgo de coger frío debido a la corriente, pero con la opción de ayudar a quien no puede por sí solo abrir la puerta y, quién sabe, coscorronear el cogote de los menores de diez años que insisten en transgredir la norma de no viajar en solitario a su edad. Mi voz sonó grave, como la situación se mostraba en el pasado y requería en adelante.
–Andacoño –dije y ella asintió con un amén mental. Una aquiescencia pura.
Salió del breve trance y metió la fregona en el cubo, la escurrió y en menos de lo que yo tardaría en preparar un vaso de agua del grifo recogió el resto del barro desparramado en mi desplazamiento por la portería, me levantó en volandas y me dejó caer con suavidad sobre la fregona, dejando inmaculadas las suelas de mis botas. Fue el tiempo que empleamos los dos en soñar con tramar un plan perfecto, o al menos que se pudiera contar en junta de propietarios.
En cuanto la brisa secó el suelo y nos hizo estornudar al unísono, ambos nos retiramos a nuestros quehaceres. Doña Victoria a su portería y yo a mi ático donde desarrollo mi labor artística. Soy pintor de mujeres.
Descansé un rato y me propuse pensar en soluciones urgentes y válidas. Viendo que el rato se dilataba, bajé de nuevo a la guarida de la portera, con quien me encontré en la mitad de las escaleras, subiendo a verme, según me dijo.
-Yo no sé si es que no es lo mismo –me dijo sin que supiera qué pregunta no hecha me estaba respondiendo. Le contesté con firmeza:
-Nada de manifiestos ni pancartas. Nada de actuaciones oficiales. Esto lo haremos como un comando, aunque después, si nos cogen, no respondan de nosotros. Sígame o sígase con sus quehaceres. Aceptaré lo que decida.
En cuanto doña Victoria dejó caer su última prenda de blancura inmaculada sobre el rellano, me vi obligado a cursar una petición no documental relativa a sus carnes. No soy de natural complicado y valoré en pocos instantes los deliciosos matices rubensianos del cuerpo de nuestra correveidile número uno. Sin más que hablar, dejando su ropa tirada en el descansillo, la hice subir conmigo.
Su entrega fue absoluta. Su mirada, plena de luz.
Gracias a ella terminé el cuadro que Cristobalina me habría dejado a la mitad.
Cuando anuncié la última pincelada, doña Victoria dejó su pose y se acercó a ver el resultado. Se sintió bien tratada pues rejuvenecí algunos de sus rasgos faciales. En cambio, me regocijé en sus curvas, ella lo notó y con la fuerza que exprime sus fregonas me atrajo hacia ella.
Antes de que me llevara en volandas al lecho, una patada en mi puerta sin cerradura anunció la entrada de Cristobalina. Venía despeinada, y con el tiempo justo de haberse incendiado los labios de carmín en el taxi que la trajo de vuelta del convento.
-Hay excedente de cupo –dijo refiriéndose a la Orden de las Bicloratas de Santa Borla-. Me han dado número para la siguiente promoción, dentro de no sabemos cuánto tiempo.
Notó que nos alegramos por ella cuando saqué una botella de champán del frigorífico y tres copas.
Con la elegancia del maestro Juan Belmonte, doña Cristobalina dejó caer con suavidad las ropas de que traía en un hatillo y después las que la alejaban cada vez menos de la desnudez. Me vi sitiado. Se trataba de una emergencia.
-No es momento de discusiones –dije-, sino de ver el resultado final al fundir lo mejor de cada una de ustedes, señoras mías.
Lo entendieron igual que yo, incluso en lo relativo al cuadro.
Desde la ventana, la futura solicitud de ingreso en el convento, hecha mil papelitos, daba vueltas en el aire gracias a un pequeño remolino de brisa.
En la próxima reunión de comunidad, no sería necesaria la renovación del cargo de musa. Al contrario, tendríamos un glorioso Biunvirato. Y mis cuadros, 90% del presupuesto de la comunidad, duplicarían su precio.

6 comentarios:

inma dijo...

Qué pintor tan suertudo ¡se le desnudan sin más por el rellano! Y eso que no tiene pinta de galán precisamente porque debe ser bajito, ya que la portera lo coge por la corbata y lo pone donde le place o le limpia los pies contra la fregona. Por cierto, si es pintor ¿por qué usa corbata? En fin, cada uno... Y anda que la otra pobre, ya que estaba dispuesta a cambiar de vida ¡qué injusto! ¡Pobre señora con la crisis que tienen los conventos! Pero sin duda estará mejor con el pintor. Al menos más divertida.

Isa dijo...

Recordando viejos tiempos leyéndote, me ha llenado de alegría, compañero. Para festejar aún más este relato, propongo...tatatachán...
¡Ir a tomarnos una copa a la Taberna del Pintor.Si no la concéis, os gustará.
Un abrazo y qué gusto como siempre, pararme a leerte.

Gabriel dijo...

Esto es un regalo: volver a teneros cerca, y juntas.
Falta, está claro, la reunión y la copa.
A la espera quedo.
Besos.

Peneka dijo...

¿Dónde está esa taberna?Suena bien, muy requetebien. ¡¡Me apunto!!

Isa dijo...

No te lo digo, te llevo. Bueno, te lo digo, pero no vayas sin mí. Está en Los Bermejales. Es minúscula, pero encantadora.
Id pensando cuándo vamos.

inma dijo...

Probaremos la taberna. Dí tu cuando. Supongo que tras la semana santa.