lunes, 10 de diciembre de 2012

Grandes entrevistas de la Historia (2)


Charles Darwin.

Sbeshshshhh.
Aparición en posición pronocúbica de hiperplano del codo. O sea, ostión de boca en el suelo. Y aun así, sonriendo.

–Veo su espíritu sólido, don Charles, así como un poco más duro de lo mantecoso. Y buenas tardes, claro está.
–Ay, chiquillo, ¿cómo te va, sabiendo como sabes que dentro de cien billones de años tendrás cejas en las rodillas y te peinarás la planta del pie con la raya en medio?
–Que estoy merendando, don Charles, no me sea escatoilógico; ¿una mardalenita?
–Gracias, amado tatatatatatarabisnieto del trilobites George Middleton Bornes, heredero de los Paramecios de la zona de Iralfredo, hoy conocida como Irlanda.
–Pero cuente algo menos tonto, sil por vous favó, que a mis lectores les va a gustar lo bien que se conserva usted, a pesar de que se murió así, con una poquita de cara de asco.
–Qué bonito es dar con gente como usted, taradito pero que casi no se note. Pues mire, le cuento lo que de verdad nadie sabe, salvo mi rana Lutgardita y yo. La cosa, se lo juro por la receta de la berza, se lió por no tener el frigorífico en condiciones.
–¿Qué me dice?, ¡ay por Dios, pero que alguien pare a este espíritu tuo, que venga un protoplasma con autoridad y le endiñe un rapapolvo metafísico!
–Como se lo estoy contando. Si usted viera la seriedad con que se conservaba todo en el Segundo Cuaternario del Tercer Mesostenio de la primera Post Glaciación, todo esto en Segovia, porque eran doce o catorce, se quedaría de piedra. Y con lo poco que pesa usted, se quedaría de piedra pómez.
–No se preocupe usted si me duermo. Pero, más que nada por el rigor histórico, sea usted breve don Charles.
–Encantado. Después le parto la boca sin prisas. Pues –sigo–, cuando lo de las nieves, cada molécula en su casa y Dios en la de todos, como se decía en mi pueblo. Pero el calor trae la vida, la vida trae la vida social y ésta a su vez el visiteo, raíz de todos los males. De esta guisa, guisar se hizo más fácil, por aquello del fuego del hogar y la sopita de ajo, pero, amigo mío… ¡Ese ajo no era el ajo “de antes”! ¡Y luego… lo de la rata!
–¿Y eso cómo lo sabe usted?
–Por testimonios de la época, aunque con sonido fatal. Preste atención:
–GggggffPjjjj… (Habla Goreliavsa Serna, encargada de la cena de la aldea) “¡Arabatnas, marido y hombre mío, por favor, dime si esa rata blanca, que segrega saliva al verme comer un pollo, no es clavadita a nuestra Morguenia, la que se escapó hace veinte años. Mira sus ojos”.
–Y, en efecto, Morguenia se había adaptado. No sólo sus moléculas la habían hecho difícil de distinguir en las nieves de los alrededores de Móstoles, sino que ella misma, sin gastarse un bollamus (moneda oficial de la época equivalente a un euro con veinte céntimos de vuestra era), se había dado unas mechas. Sin tener en cuenta que las propias canas ayudaban al cambio.
–¿Cuántos bolis gastó usted en sus notas, don Charles?
–No le respondo: le doy directamente el premio de la pregunta más gilipó. Tenga, para su repisa. Se trata del gallombriz, un bicho mitad gallina mitad lombriz. Observe cómo una parte trata constantemente de picotear a la otra, que, a su vez, intenta meterse bajo tierra. Un caso que llegó a los tribunales pues ninguna de las dos partes cedía.
–¿Se queda usted un par de días aquí, o tiene prisa?
–Me voy más que nada porque, en confianza, tengo una tesis que va a poner al Cielo bo-ca-a-ba-jo.
–Miedo me da usted, don Charles, que con la excusa de la muerte le dio por desdecirse y negarse doblemente, lo cual no sé si es afirmación o tartamudeo filosófico.
–En cuanto no tenga nada que hacer, me lío a responder sus chocheras, amigo mío, que cada vez me cae usted mejor. Se trata de algo más profundo: En el Cielo, ¡También se ha evolucionado!
–Pero bueno, anatema, esto… más que anatema, anatema parabólico. No sé cómo maldecirle, a menos que se explique.
–En términos geológicos, hace diez minutos, cuando yo me morí, había infierno, purgatorio… ¡no se hace usted idea! Ahora se pasa usted por allí y ni horarios para las comidas. ¿El pasado glorioso? Ríase usted: ¡ni media etiqueta en los Juicios Finales de planetas como Arganklos, Dimenstorm o el mismísimo Juanetsanti! Allí la humanidad, todo hay que decirlo, es menos pecadora y se contenta con poco, no como aquí. ¡Hieeh!
–No, no una cabezadita. Yo estaba atento, don Charles. ¿Alguna cosa más?
–Lávese usted el pelo, periodistilla. Porque la mugre esa que usted tiene es talmente lo que llevó a los primeros depósitos de fósiles vegetales y de ahí el maldito petróleo, que todo lo mancha.
–No le pienso guardar rencor, porque tengo la casa llena de tiestos. Muchas gracias por su lección magistral y, ya cuando yo reciba el Pulitzer véngase y volvemos a charlar, don Charles, que le he cogido cariño.
–En doscientos milenios me paso y tomamos un bitterñac, que será la mezcla de lo que sobra en los bares y la lejía pura. El aperitivo de entonces.
–Déjeme que le abraz…
–Tesquiere í ya…

Sbeshshshhh…