martes, 7 de junio de 2011

De vuelta.


-¿Pero cómo es posible?, -me pregunté sin hablar.

Resulta que de un día para otro -nada de eso, de un instante a otro- volví a sentir la música. Volví a soñar, a saber que el estómago se ponía a dar vueltas y la cabeza a inventar juegos. Eso sólo lo podía hacer la música.

Y para la música no podía haber más que una explicación.

Salí al rellano de la escalera, esperé a que la bombilla de la escalera se apagara después de que algún idiota la hubiera encendido –probablemente yo al salir- y, en efecto, había luz debajo de su puerta. Ella estaba de nuevo en el edificio.

A los pocos minutos no había duda. La música salía a borbotones por debajo de todas las puertas. La risa de los gemelos Vázquez surgió de modo instantáneo, y diez segundos después ya crujían los muelles de varios colchones. Como si el mundo no hubiera dejado de girar y la vida no se hubiera parado en seco. Como si ella no se hubiera ido nunca.

Esa vez tiramos las llaves del portal que dejó en su alfombra al entrar. Y mi abuela en persona se encargó de taponar las chimeneas. No volvería a dejarnos solos.