miércoles, 13 de octubre de 2010

Cocktailes famosos (3).

Des-pedida.

La ceremonia más patética de la villa de Paharianindria, la pequeña aldea indostaní donde nadie pronuncia la palabra limonchelo antes del mediodía, fue la de la petición de mano de la niña Sharon Zaparrilla por parte del príncipe Yoyonio, un músico y amante de las letras mayúsculas. Y fue muy triste, porque las celebraciones en esa aldea, desde que el Sol comenzó a vivir, han ido acompañadas de alegría, bullicio, eructos y hasta cuatro piezas bailables, una de ellas con acompañamiento exclusivo de siseos por parte de un coro de viejas.

El detonante de la pifia fue un único fallo en los Cien pasos de la grulla de la novia desde la entrada de servicio hasta el saloncito de costura donde se iba a desarrollar la petición. Sharon no fue capaz de mantener el equilibrio portando las seis bandejas sagradas de la diosa Chatitaria, cada una con doce tazas de regaliz y almíbar a partes iguales porque, al coger la última curva de su habitación y emprender la entrada triunfal, el cruce con doce gatos sagrados arañando sus rodillas y metiéndose entre sus ropas bastó para que cayera como un castillo de naipes, la muy imprudente, trayendo la malahe a la aldea y sus habitantes.

A partir de ahí, pringados los invitados, que ya eran unos pringados antes de la ceremonia, las preguntas sobre la petición de mano y futura vida en común de los novios se hicieron en portugués antiguo, dejando a un lado la cantarina sonoridad de los previstos versos del poeta Ñiñiñañahrta, autor de versos que derriten hasta a la más frígida de las abadesas.

La merienda terminó con pan multicereales y un tretrabrik de zumo de piña del Mercadona, dejando bajo la mesa, a merced de los gatos, los dulces y pasteles originalmente pensados para la ceremonia.

Aunque los gatos murieran por envenenamiento por otro error del cocinero, nadie le quitó importancia a romper con las tradiciones ancestrales.

Al ponerse de pie para despedirse, sellado el compromiso, los dos suegros se habían quedado dormidos y una de las futuras suegras, no diremos cual, retiró la mano de la zona carpetovetónica de uno de los futuros suegros, donde se le había quedado mientras veían en la tele un documental sobre el uso correcto del ibuprofeno.

Por respeto, los taxistas llevaron en silencio a su casa a las mujeres, pero no a los hombres al verlos salir a empujones y escoñados de risa, y en las entrevistas dejaron caer una sensación de profundo asco, similar al que experimentas al cambiar al fin un fregadero tras muchos años de decir “mañana mismo querida, mañana sin falta cojo la caja de herramientas y lo arreglo”.

Y yo lo cuento -el acto social- porque trabajo para la revista Eventitos y me gano así la vida. Si no, ni una triste foto les habría sacado. Mamarrachos…