lunes, 12 de abril de 2010

DE INDEMNITARE PECUNIA.

Amigos, unas observaciones:

Ha muerto un familiar querido y, como ya tengo dicho en otro espacio, guardaré sus buenos recuerdos y el luto en el corazón.

El cuento de hoy, con vuestro permiso, vuelve a dejar bien clara mi intención de que la gilipollas esta de la hoz se olvide de que vivimos pendiente de ella. No es así.

Y, finalmente, disculpad que hoy no me disculpe de la longitud de este cuentito. Ni de su intención.

Abrazos.


El alto administrativo Almibarus Peris, de la empresa de seguros Serenitatis Finae, recibió el expediente como un jarro de agua fría. No necesitó desenrollar el papiro más allá de dos metros para saber que se trataba de un caso muy delicado.

Mandó a vestirse a las doce mujeres que había contratado para una pequeña orgía con pago previo, y llamó a sus criados para que dispusieran lo necesario para viajar a Betania. No hacía mucho que decidió alquilar este servicio a las amas de Roma, harto de las negativas de su adorada patricia Vera Apolínea, tras infinidad de solicitudes de amor sin boda.

Cuando vio que las mujeres no sólo no se vestían, sino que pasaban de su enorme salón a los aposentos de sus criados, decidió hacer la vista gorda y regalarles el festín a esos buenos muchachos. Además, ya estaba todo pagado.

Durante los períodos de descanso del viaje, A. Peris (así se anunciaba su correduría de seguros) revisó el expediente a conciencia. Se trataba de un joven llamado Lázaro que había suscrito una póliza de seguro de vida que incluía accidentes de trabajo, ya fuera por riesgo de la faena o por latigazos del amo, así como quedarse tieso un día cualquiera sin más explicaciones.

La cuestión era la dichosa letra pequeña: Cada parte debía cumplir con su obligación para que procediera el pago de la indemnización correspondiente en sextercios romanos no devaluables. A este pago se había procedido, según la publicidad de la compañía, de modo constante y sonante, en monedas de oro y a los dos días del óbito.

A lo que se enfrentaba A. Peris era a la reclamación contra Lázaro, exigiendo la devolución del dinero. La causa: incumplimiento a posteriori de la cláusula más importante del contrato.

Lázaro recibió a un mensajero adelantado a caballo que le anunció la llegada del administrativo y explicó brevemente el motivo de la visita, dejándolo blanco como el papiro. Y no era la primera vez.

Pasados unos minutos de embarazoso silencio, las hermanas de Lázaro allí presentes explicaron al mensajero que comprendían la situación, pero que, hasta la llegada del funcionario, tratarían de hablar con su abogado.

Al marcharse el jinete con la inesperada respuesta, los tres hermanos, Lázaro, Marta y María, mandaron buscar a Jesús de Nazaret, un tipo realmente amable y bienintencionado, pero responsable en cierta medida del lío en el que estaban metidos. Entre otras cosas, el dinero recibido por la indemnización se había invertido en rehabilitar la choza, incorporando mejoras en la zona de los baños, más un piquito a plazo fijo que tendría serias penalizaciones si era rescatado antes de la fecha pactada.

Cuando por fin llegó el funcionario a la casa de Lázaro, ya estaba Jesús esperándole junto a los tres hermanos.

-Pasa, chaval, -le dijo Jesús con una sonrisa encantadora y el estilo del mejor anfitrión.

Tras atenderle con agua y aceites para las manos y el rostro, el romano fue regalado con fruta fresca, chorizo fresco y pan ácimo, que A. Peris apartó delicadamente, sacando de su bolsa pan romano fresco del día.

-Vayamos al grano, por favor, -dijo A Peris tras agradecer la hospitalidad recibida-. En esencia, -prosiguió- se trata de dinero. Mi compañía reclama incumplimiento de la cláusula primordial, la primera, que obliga a estar frito.

Tras un silencio breve, Jesús tomó la palabra. Para eso estaba sembrado. Sin dejar de sonreír, con gestos que imitaban a conspiradores, quitando hierro al asunto, etc., se levantó y dijo:

-Mira chaval, (el tratamiento de chaval no disgustaba cuando salía de su boca), Lázaro, SÍ ha cumplido. Sin más, aunque sea durante tres días. Y no hay mucho que discutir, es incontrovertible. Doy Fe (sonrisa pícara). Yo me hago responsable de que ande de nuevo por aquí, la mar de feliz, pero no niegues que él, cumplir, lo que se dice cumplir, cumplió. Y además creo que cumplió años, que festejamos hoy. Aquí el gran cambio en el historial de tu compañía ha sido pagar por primera vez la indemnización al propio tomador de la póliza.

A. Peris dio por buena la intervención y tomó notas para añadir cláusulas más restrictivas a las pólizas futuras, donde, en caso de retorno por resurrección visible y pronta, no se soltaría una sola moneda.

Invitado a permanecer como huésped de la familia, mantuvo agradables charlas con ellos y sobre todo con el tal Jesús, un hombre que sorprendía con chascarrillos o sentencias profundas, según la conversación lo requería.

Pero llegado el punto de ofrecer sus productos, tal como hacía en todas sus visitas a clientes pasados y futuribles, A. Peris se abstuvo de plantear a Jesús pólizas de vida. Según le oía contar cosas, el funcionario se olió que iba a vivir situaciones parecidas sin que los contratos estuviesen revisados a tiempo, a tenor de la lentitud de las oficinas centrales.

Durante las comidas y compartiendo el vino, el romano se quedaba extasiado con las palabras de Jesús, que, sobre la marcha, además, realizaba pequeños milagros según necesidades de los vecinos. Si algún chiquillo entraba descalabrado por un par de pedradas recibidas en el lapidarium, salía de la choza con unas suturas dignas del mejor cirujano, una moneda de cobre para dulces en la mano y una sonrisa.

Esas y otras maravillas dejaban al romano encantado del trato con Jesús, que, finalmente, le dejó ver algo sobre su futuro, con lo que Almibarus dio por buena su idea de no suscribir ningún seguro. Jesús lo hizo con su habitual buen humor.

-Resulta, -dijo sobre un sueño y aguantando la risa-, que estoy en una cruz clavado, ¿no?, pues en lugar de enfados, insultos y otras barbaridades, ¿sabes lo que se me ocurre decirle a los centuriones?

Aquí el propio Jesús no pudo aguantar la carcajada, que se hacía contagiosa.

-Pues les digo “¡Vaya vacaciones de Semana Santa que me estáis haciendo pasar, por Dios!”.

Con dolor en los costados, los hermanos, Jesús y Almibarus se retorcían por las alfombras con la ocurrencia, derramando el vino o dejándolo escapar por la nariz, sin poder parar de reír.

Una vez se despidieron, cada uno volvió a sus quehaceres y A. Peris redactó cómo unos bandoleros le habían robado el dinero por el camino, de noche y sin enfrentarse a su escolta. Su prestigio de hombre íntegro respaldaría su declaración.

Antes de llegar a Roma, pidió sus alforjas para presentarse ante su superior y rendirle cuentas.

De un bolsillo, sacó su informe, en el que no se leía ni una sola palabra de las escritas por el camino. El informe estaba en blanco y volvió a guardarlo.

Del otro bolsillo, sorprendido de su peso, sacó una bolsa blanca con el importe exacto, en monedas de oro, que Lázaro recibió como pago de la póliza.

Al volver a su mansión, pasó antes por la casa de Vera. Dudando si volvía a llamar a su puerta, miró distraídamente el documento. Ya no estaba en blanco. Contenía una hermosa declaración de amor que, sin saberse observado por ella, dejó por debajo de la puerta de su amada.