viernes, 29 de julio de 2016

A DOMICILIO


 

Muy buenas:

                  Antes de que usted, lector, deje de serlo, le endoso un cuentecillo pleno de vigencia: el del duende Alvar Páez Mendizorroza, natural del bosque Medejes, sito tras la segunda señal de prohibido adelantar a los que van tras usted, lector, a la salida de Cangas de Onís. Una  historia cierta hasta cierto punto, el primero y seguido. Después, trola mezclada, para acabar en posibles chorraterías: justo lo que le pasó a don duende Alvar Páez.
                  Resulta que se le acabó la magia un sábado por la noche, con todos los hongos cerrados. Sus amigos, duendes también, invitados a una reunión/fiestecita, vieron la Realidad de pronto por culpa de Alvar Páez, éste se autoinculpó, y su mujer se puso a flirtear con dos duendes casi cien años más jóvenes: su vida se volvió un caos. Llamó a Juan Tamarit, pero éste no pudo ponerse porque no le daba la gana (estaba en un escenario, triunfando) y del caos pasa a las ganas de votar conservador. Desesperados, sus amigos trataron de hartarlo de cachetadas. No lograron sino ponerlo colorado y aumentarle la tensión hasta 14/9, algo alta para alguien tan bajo.
                  Y, en medio de la Paralaflaxis Total, apareció Elvis Ramírez Andobajodelbadajo, para ofrecerle una sonrisa y un depósito de magia talmente como lo haría nuestro proveedor de cerveza (algunos dicen que hasta de agua, jia, jia) con un barril lleno de prodigios para al menos diez personas. Justo el número de invitados. Justo hasta que amaneció.
                  Alvar se salvó. Pero por un pelo.
                  Si usted que me lee es duende, no lo dude nunca más: tenga en casa siempre, pero no una vez, sino siempre, un depósito lleno de los trucos más actualizados (incluye hasta políticas sociales). Sus amigos le renovarán la confianza y dejarán de pisotearle. Su mujer olvidará a los duendecillos y su vida mejorará, lejos de la ansiedad de no ser capaz ni de sacar una paloma de entre los huevos. Más o menos.
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                  Nos vemos, digo yo.

jueves, 28 de julio de 2016

ASCENSO Y OSTIÓN


                  Doña Avutarda Westfalia y Poncepavo dejó de cuidar a los marqueses de Irún y Portafolio justo el día en que Sanidad le juró por sus muertos que dichos marqueses olían como huelen los cadáveres a los seis meses.
                  Ella abandonó la mansión marquesa con sus apenas cien maletas en busca de, por fin, abrazar sus sueños: ser espía o trabajar en el cine. O ambas cosas, mira tú qué coño, se dijo sonriendo.
                  Entró por la puerta abierta de los estudios Barbeloa, dejó las maletas en consigna y se fue directa al despacho de Joanes Jan Jacques Barbeloa, nieto del fundador y jefe total.
                  -Yo le valgo tanto de actrizo como de actora, oigausté, soy actuaria indiferible, o sea actualizo de todo.
                  -Ya, ya, muy bien –respondió el magnate sin dejar de mojar una galleta en su vasito de vodka-. ¿Ha visto usted la del silencio de los corderos?
                  -Sólo la he oído –reconoció doña Avutarda-, y destaco sobre todo la famosa escena donde un vendedor de periódico se rasca el culo, pasa un semáforo, y huye con el cambio de un billete de a diez. Pura antología, rodada, seguro, con un mínimo de doce cámaras rotativas, cenitales y encendidas. La escena de Pomas Avenue con la cuarenta y siete, ¿a como que sí?, ¿ein?
                  -Pues empieza usted mañana, así que, al menos, déjeme en paz hoy –dijo Barbeloa.
                  Debutó con papeles básicos, en realidad impresos sin rellenar o envoltorios de chicle, que la gente le lanzaba en sus interpretaciones cada vez más logradas. Y sin bolsa de plástico: a pelo. Hizo de papelera vintage en «La muerte, este mes, va en cadillac», pero siempre se recordará su trabajo como trituradora de documentos comprometidos en «Bochornos Varios» y su secuela «Bochornos Varios 2», donde se traga, en tiempo real, cuatro currículums vitae de aspirantes a chivato protegido. No tuvo que hacer más que una toma.
                  Harta de ambientes de interior y temiendo ser encasillada en papeles blancos, satinados y previsibles, decidió aceptar trabajos más resbaladizos y ricos en matices. Se puso borde y su carrera dio un giro de 180º. Fue nominada al ROSCA por su trabajo en tres ocasiones. Su caracterización en «Al borde del abismo mismo», o el musical «Todos a bordar» fueron los que la encumbraron, hasta que llegó «Méjico a bordo, sin transbordo»; fue catapultada a la fama pero, destino cruel, al día siguiente, tras una vida sin rumbo, ya era posible verla por las calles vendiendo enciclopedias de taxidermia para pollos de granja, un asunto delicado que la llevó al olvido. Hasta Barbeloa, antes de divorciarse de ella por tercera vez, la recordaba con dificultad. Hoy, sus interpretaciones se ven como películas de culto, aunque en garitos ocultos, como la Universidad de Pongolo o el Parlamento español tras su decimoquinta votación.
                  Muchos estudiosos carajotes me han preguntado sobre si doña Avutarda no debió dedicarse a ser espía. No se me ha olvidado… bueno sí, lo que pasa es que me he levantado tarde. Mañana mismo, u otro día sin falta, me pongo e imagino qué habría sido de nuestra leyenda si se hubiera dedicado a llevar secretitos de un lado a otro.
                  O sea, continuará…

miércoles, 6 de julio de 2016

VOLVIENDO A LAS ANDADAS

Este blog ronda la década. Una década en la que os he llevado siempre conmigo; en mi corazón. Por diversas circunstancias los últimos años he estado ausente. Pero esta vez llegué para quedarme. Y la idea me hace feliz.

UN DULCE ENCUENTRO


Te vi por primera vez una mañana radiante de abril. Yo paseaba por la aldea. Tú vendías a plena luz, una fruta que se adivinaba deliciosa. Me miraste y sonreíste, y sentí que algo se aceleraba en mi pecho.

Saliste del puestecillo y llenaste de cerezas el cesto de mi bicicleta. Me llegó el dulce y rojo aroma, que se entremezclaba con el tuyo.
Estuve comiendo cerezas toda la tarde. Cada una que me llevé a la boca, guardaba dentro tu sonrisa; y mi latido.
Desde aquel día, las cerezas son cada latido de mi corazón cuando te veo.