Emilio Martín estuvo labrando el campo de su suegro, don Eulogio Campos Terrera, durante cuarenta y dos años, con las siguientes condiciones laborales:
Su horario de trabajo se extendía desde las seis de la mañana hasta las ocho de la tarde. Para comer, disfrutaba de un descanso de cuarenta y cinco minutos, así como un cuarto de hora a lo largo de la jornada para desahogar sus necesidades fisiológicas naturales.
Como cláusula extraordinaria, Emilio Martín tenía incluida en su contrato el poder propinar, a las siete en punto de la tarde, dos patadas a su suegro, una en cada pierna.
A lo largo de los cuarenta y dos años de vida profesional activa, Emilio Martín no incumplió un solo día ninguna de las obligaciones ni los derechos que componían su pequeño convenio, sin pararse a comprobar que don Eulogio Campos se sostenía desde pequeño sobre dos piernas ortopédicas insensibles al dolor.