miércoles, 30 de junio de 2010

TODO LATE, TODO FLUYE

Una tarde cualquiera; es igual. Todo fluye ante mis ojos a un ritmo que me invita a acoplarme, a incorporarme a la vida de la calle y disfrutarla. La gente que camina, las bicicletas, los peatones con su vaivén por las aceras. Una tarde cualquiera; es igual. Los vendedores deseosos de público, los escaparates, rebosantes de detalles alrededor de cada artículo. Todo fluye, todo sigue. Únicamente se para mi pensamiento en el mismo lugar, en las mismas escenas, en el mismo tiempo de mi memoria.

Avanzo al paso de la mayoría, queriendo dar vida a mi sueño que late al ritmo de mis pulsaciones. A mi sueño, que aún dormido, sueña con despertar del letargo de veinte años de inconsciencia.

En esta tarde viva, donde todo late, donde todo fluye, tomo de la mano a la joven que fui, y la coloco a mi lado, atendiendo a cada detalle que me llega de sí; intentando recopilar toda diferencia entre ella y yo; todo lo que ya no hay y todo lo que aún queda. Lo que deseó y lo que desea. Y a la vez, gentes van y vienen, abrigadas, en soledad, en compañía, aceleradas, embelesadas con el encanto de una ciudad que te hace sentir viva sin concesiones. Incluso aún llevando a cuestas un lastre cadavérico y terrible, incluso así, el ritmo de la vida se impone y el lastre acaba abandonado en una calle cualquiera, aunque vuelva a dar contigo y colgarse de tu cuello cuando la soledad tome presencia.

Voy buscando una escena de entre las que me rodean, que me sirva para representar mi sueño vivo. Puede valer la sonrisa de una madre que aúpa a su pequeño y le señala a una cigüeña que los sobrevuela lentamente. Puede ser el gesto de felicidad de dos amigos al encontrarse, después de mucho tiempo. Podrían ser las manos entrelazadas de dos enamorados que se buscan con la mirada constantemente. Y mientras todo sigue su ritmo, mientras todo fluye, de pronto elijo, sin pensarlo dos veces, a un par de chicas jóvenes que se dicen adiós. Una de ellas lleva una bolsa de viaje azul con rayas blancas; una bolsa en la que probablemente haya intentado meter a empujones su gran tristeza, el vacío al que más tarde tendrá que enfrentarse sola y en silencio; un silencio que ya no romperá con sus risas esa otra chica de la que hoy se despide y a la que le otorgará dentro de muy poco el último beso de despedida, hasta que el tiempo se encargue de volver a darles otra oportunidad, otro instante que compartir, donde las caricias de ambas encuentren su sitio en todos y cada uno de los recodos de sus jóvenes cuerpos.

Y entre tanto, el ritmo de la ciudad sigue imponiendo su pulso al tiempo que mis anhelos invocan a esta memoria dormida, y la aceleran, y no cesarán, lo sé, hasta que decida qué hacer con mi momento perdido, olvidado en una habitación pequeña, muy cerca del mar y lejos de esta ciudad, que en esta tarde cualquiera, hoy más que nunca, me grita tu nombre…