lunes, 25 de noviembre de 2013

De oídas.



De don Apolonio Bristolapio, hermano del insigne Abraham Bristolapio, jefe que fue de mi adorada primera subsecretaria del ministerio de Algas, allá en los 80, esa que fue capaz de tomarse medio yogur helado y el otro untado, por lo que recibió dos medallas en el mismo día, una merecida, no digo que no, pero ¿dos? ¡menudo despiporre! Lo que pasa es que esta pájara y el primer director general de Manchas en Edificios Famosos, don Luperino Betsaboco, el del pueblo aquel en que se escupieron todos un domingo, le hacía ojitos y ella, mujer de armas tomar, aunque enamorada como una Greta Garbo de su vecino, el que repartía periódicos atrasados en Ginebra, no le decía ni que sí ni que no, pero se dejaba ver los tobillos más de una tarde en su escaño, mientras doña Endebaria Castelpso, vecina suya, doctora en Huevos de Dos Yemas, pero venida a menos, limpiaba su despacho, una habitación desaprovechada a mi forma de ver, porque a ver: ¿cuándo se ha usado esa mesa de billar sino para tomar pavo en salsa de café?, pues Señor, con dos caballetes y una tabla, con un mantel limpio, te haces una mesa para merendar que no se la salta ni mi primo segundo, Jonás Julio, el que hizo dos puentes, uno para el Támesis y otro para los incisivos superiores de su tía Abdela Flora, la casada con uno de Sitges, aquél que resultó suagili por parte de madre. Sí, hombre, ¿cómo? ¿que qué decía de Apolonio?
No sé, hijo, no sería importante, digo yo, ¿no? Espera, espera, ahora que caigo…
¡Ah sí, síiiiiiiiiii!
Que lo han nombrado ministro de Exteriores, se ha cogido una avioneta, le ha soltado dos patadas a Obama, otras dos a la Merkel, ha cogido al presidente del FMI y lo ha pisoteado. Los ha presentado amarrados en la central de la ONU y ha conseguido parar 54 guerras que había abiertas en el planeta y cerrar Guantánamo. O algo parecido. Pregúntale a tu abuela. Yo es que con la tele puesta no la entiendo bien.