miércoles, 20 de noviembre de 2013

A domicilio.


Ring, ring y ring.
-Sí, diga, ya que llama, despierta y molesta.
-¿Son ustedes los de la familia Reparatti, los que nos rompieron ayer la sala de apuestas de la calle Jera?
-Uaaah (bostezo), hi señor: somos.
-Pues que nos abra por favor, que venimos a por lo de la represalia lógica y contundente en estos casos.
-Le abro mientras llamo a mis abogados y despierto a mis matones pretorianos, esos que duermen cerca de mí, lo justo como para no incomodar mientras mi mujer y yo nos zarandeamos.
-Pero mirarán para otro lado, ¿no?
-Uno seguro que sí, porque tiene locura por el fútbol. El otro no sé yo… ¿ya se ha abierto?
-Ya está. Estamos dentro. Y qué previsión: mi mejor tirador se ha resbalado al primer paso dentro de zaguán y no ha parado hasta bajar rodando al sótano, en un deslizamiento continuo, para quedar allí con los canelones cogidos entre cepos que, supongo, forman también parte de su plan de defensa.
-Pues mire: sí, no le engaño.
-Pero este abrillantado… a mí no me queda nunca igual en la entrada de casa, y prácticamente es el mismo tipo de mármol.
-En confianza, después del pulido profesional, entre mi chiquillo el mayor, el que te va a partir la boca (perdona que te tutee) y yo, le damos una manita de tocino añejo. No me digas que el resultado no salta a la vista. Bueno, ¿subís ya?
-Vamos para allá.
Dos suben por las escaleras. Otros dos por el ascensor.
Al abrirse las puertas del ascensor, en la segunda planta, una mujer entra con seis perros de distintos tamaños atados con correas de doce metros.
-Antes de entrar dejen salir, señora, que algunos tenemos trabajo.
Mientras los perros han girado, olisqueado y meado algún zapato, la dueña de los perros, Margarite Ponteallá, insulta a los dos gángsters.
-Qué forma será ésta de allanar las vidas de las personas decentes. Son ustedes un par de cortapuerros y les odio. Ojalá les salgan trenzas en los pelos de la nariz.
Los hombres avistan a los que subían por las escaleras que, por error, se han llevado la artillería pesada. Entre los cuatro cortan las correas y consiguen que la mujer y los perros bajen por fin. Respiran hondo y llaman a la puerta del destinado a ser objeto de la vendetta.
-Ya voy, ya voy, ¿o esperará esta gente un intercambio de disparos sin la ropa adecuada?
Termina de ajustarse el nudo de la corbata y va a abrir.
-Buenas y levante las manos, que vengo a darle una buena somanta.
-Buenos días y levántelas usted también, por favor, pues detrás tienen ustedes a mi segunda, la que estudió para optometrista, con un cañón del calibre muchísimo en su cogote.
-Vaya por Dios, entonces le ha comprado usted un pisito en el mismo edificio, ¿no?
-Verás, (pasa para dentro) de aquí a nada, con su doctorado ya terminado, se me pone a parir (sin mal humor, quiero decir tener hijos) y uno no va a estar cruzando la ciudad para cuidar a los chiquillos. Total, que si se tiene que ir temprano a trabajar, ¿con quién mejor que los abuelos?
-Pero la guardería está muy bien.
-Ya, pero el primer año, con el frío… ya sabes.
Acuerdan dejar de apuntarse todos a distintos puntos corporales y se sientan.
-A mí no me parecen formas estas de decir “¡eh, tú, que te toca que te agujeree!”. Vas y le dices a tu jefe, el maricoñas, que yo en campo abierto, sin molestar en las casas, que además acabo de pintar. Y hoy porque he hecho la compra, que si no ni un café para ofrecerte.
-Mira, a mí las reclamaciones por escrito. Yo tengo aquí mi libreta de recorrido: al amanecer, pedradas en los cristales del ayuntamiento (tachado como hecho), a las ocho zurra al equipo de fútbol de la ciudad por bajo rendimiento (tachado como hecho) y después estás tú, que tenías que estar a estas horas hartito de plomo.
-Que te entiendo, que yo he pasado por eso de ser un mandado y de ahí que pusiera mi propio negocio. Pero no me muevo de mi planteamiento inicial: si yo le di para el pelo a tus muchachos por meterse con ruleta dentro de los jacuzzis de mi centro de estética corporal, tuve mis razones. Pero, lo principal, lo hice en campo abierto. Como daño colateral, dos bragas beiges tendidas a secar resultaron agujereadas.
-Lo he oído: el marido de la propietaria era uno que aplaudía desde la ventana, ¿no?
-Así es.
-Está bien. No se puede discutir con quien no se peina para el mismo lado que uno. Gracias por el café y quedamos, en principio, para pasado mañana. Ya veremos dónde. Por cierto, ¿podrías soltar los cepos que tienen cogido a uno de los míos?
-Ten: la segunda es la llave. Déjamela en el buzón antes de salir.
-No te preocupes.
-Venga, hombre, no te vayas mohíno. Las cosas son como son.
-Sí, sí, lo entiendo. Pero fíjate en esta criatura, cargando escaleras arriba y abajo con esos cañones. A ver si cualquier día no le sale una calambalgia aguda.
-Venga, que hay que seguir viviendo (carcajada general por la ocurrencia) y verás como el próximo día vemos todos las cosas con más claridad. Hala, hasta luego.
 -Verás al jefe cuando se lo cuente. Seguro que me dirá que soy un doblabrevas, que cualquiera me dice algo y cedo…
-Has hecho lo que has podíiiiiiiiiiiido hombre, no te hagas mala saaaaaaaangre… arriba ese ánimo.
Y le da con la puerta en las narices.
-La próxima vez no le abro.