martes, 24 de febrero de 2009

Dónde se acaba el piropo no se acaba el amor

Un día dejaste de decirme cosas bonitas
y desde entonces pensé que ya no te gustaba.

Pasaron los días y fué precisamente en esos días
en los que cerrabas los ojos y a mi lado dormías,
me mirabas mientras comía
o me cantabas canciones sin necesidad de pedírtelas.

Y es precisamente por esos días
cuando aprendí a tejer este poema
para hacerlo abrazo y abrigarte con él.

A TRAVÉS DEL TIEMPO

Acabé atormentándome tanto por el tiempo perdido, que fabriqué mi propio reloj de arena. No me fue difícil, si tenemos en cuenta que soy el dueño de una cristalería.

La madera de la que pendían ambos extremos de la maquinaria, la encargué a un carpintero que fue mi amor de juventud y al que no he podido olvidar; de hecho lo he esperado hasta hoy.

La arena la tomé, como si de un tesoro se tratase, de una caja de conchas, en la que yacía guardada desde hacía más de treinta años; pertenecía a la playa por la que tantas noches rodaron nuestros cuerpos, insultantemente jóvenes.

Ahora, cuando veo tal cantidad de arena arriba, y la lentitud con que va siendo estrangulada, mi tiempo perdido de ayer, se ve compensado con las nuevas caricias de hoy, en donde ya los dos no tenemos una playa como alcoba, pero sí un mar de serrín o un cielo de cristal, dependiendo del momento; y mi reloj, fiel protagonista de nuestras horas.
Después de treinta años, aquella playa aún nos puede esperar.