lunes, 30 de agosto de 2010

DÍA A DÍA

El capitán Trueno, fregona en mano, reunió a sus más fieles amigos en la choza de la parte trasera del jardín.

-Alguien se ha duchado y ha dejado las cortinas por fuera, -dijo con un hilo de voz, ahogado por la rabia vengadora que le caracterizaba.

Goliat, con dos muslos en cada mano, se encogió de hombros dando a entender que no podía ser él. Para ducharse, cada mañana un camión cisterna y cuatro operarios realizaban dicha tarea junto al cobertizo de las herramientas.

Crispín, mientras se recortaba las puntas de su media melenita con unas pequeñas tijeras, dijo que él no podía ser, que acababa de volver del pádel, y que esperaba a terminarse el recortito, ponerse unas mechas y, después, ducharse.

Todas las miradas se volvieron hacia Sigrid.

En el centro de la habitación, la imponente figura de una princesa vikinga desafiaba al terceto de héroes sin mencionar una palabra, dejando que por sus inmensos ojos se desbordara el fuego de un volcán.

-Pues el otro día dejaste la cama sin hacer… -dijo Sigrid por fin, sin bajar la mirada y ofreciendo al capitán una cota de malla reluciente. Se había pasado toda la mañana abrillantándola con un bruñidor de metales.

Goliat soltó los cuatro muslos -sus dueñas pudieron huir- y aplaudió la valentía con que la dulce Sigrid se enfrentó al legendario héroe. Hasta el joven Crispín hizo un amago de celebración con un graciosísimo mohín.

Dejando caer la espada, el escudo y la fregona al suelo, el capitán sacó de su carcaj de flechas un hermoso ramo de flores, cogidas al amanecer en un acantilado.

-Y es que la vida matrimonial tiene estas cosas, chaval, -dijo un sonriente Fideos de Mileto al entrar por la puerta de la choza donde se reunían, portando una botella de champán francés-. Vamos, pichones, que seguro que no se os ha olvidado vuestro primer aniversario.

viernes, 27 de agosto de 2010

CURIOSIDADES HISTÓRICAS (3).

Personaje: Amílcar Barca.

Aspecto: Mingitorio.

Acostumbramos a pasar por encima de cuestiones cotidianas realizadas por personajes de muchísimo peso histórico. En concreto, se hablará de las modalidades o aspecto en el acto de micción del gran general Amílcar Barca Bermúdez (por fin también hemos conocido el segundo apellido). Trataremos esta faceta en igualdad de condiciones al de sus, por ejemplo, incomparables dotes para la estrategia militar en campo abierto y bares cerrados.

Y no es baladí la valoración: Amílcar, recién nacido, estableció un arco de marcado medio punto, que, comenzado en su tubo de escape, vino a dar en los collares de su madrina, doña Celeste Startaffiora. Esta mujer aguantó estoicamente al principio para incluso dar palmas al oír balbucear a su ahijado algo parecido a “meada, madrina”, que ella interpretó como “mi hada madrina”.

De mayor, se dedicó a la constante imitación del caribú, el tigre y el ñandú, este último para el lance concreto de la petición de mano marcando territorio. Gracias al trabajo diario, su ecléctico estilo urinario alcanzó la madurez y, en concreto, gran facilidad para mojar los cascos de los romanos que hacían guardia al otro lado de una valla de cuatro metros de alto. Pero lo más valorado era la escritura de mensajes de amor en la arena, con buena letra, que su amada leía con claridad desde su balcón.

Desde que se casó, llevó a cabo sus liquidaciones en horizontal y sin arabescos, en señal de fidelidad. Pasado un año, dado que su mujer prefirió los dibujos y florituras del chorro de la chorra del general Gramínades, Amílcar se dedicó sin rubor a mostrar sus habilidades en público tras cada victoria en campaña. De hecho, hizo traer grandes cantidades de diuréticos del Cáucaso para que cada espectáculo, realizado en directo, dejara una impresión acorde a lo gran hombre y artista que era.

Aunque guardaba las distancias con el pueblo llano, de forma esporádica apagó dos o tres incendios en pequeñas cocinas de aldeas, donde algunas amas de casa se ausentaban para sacar a sus maridos de las tabernas. Aquí el estilo era, lógico, de bombero, o sea, apuntando a lo bajo y sin adornos.

De viejo, cansado de guerras pero aún apuntando a las estrellas, hizo un par de giras con pises que al caer dejaban dibujos circulares, algunas poligonales conocidas y dibujos sencillos. La última gran meada que programó, cerca de su Cartago natal y en presencia del joven general romano que le puso en aprietos al agarrarle allí, se malogró por una cistitis que apenas le permitió mojarle el escudo; el siempre ganador Barca, furioso, le tiró a la cara y sin abrir un envase de doce pañales para adultos. A partir de entonces, sólo hizo apariciones estelares en grandes batallas, cameos, molestando a los legionarios romanos que después no sabían explicar de qué se habían manchado las falditas y se ruborizaban muchísimo.

Y este es el gran mensaje que este guerrero incomparable dejó para la posteridad: la meada valiente, libre y universal hasta la sepultura. Lejos de vivir el auténtico Mea Crucis de tanto jubilata sin autoestima, Amílcar Barca Bermúdez venció en la mayor batalla del hombre: evitar esas denigrantes salpicaduras en la parte de los dedos que sobresalen de las sandalias marrones. Él no. Él, jamás.

domingo, 22 de agosto de 2010

CONCIENCIA.

Elmer Romero se bañaba plácidamente en la bahía de Massara, una preciosa cala de aguas limpias y olas mansas. En menos de un segundo, mientras volvía andando a la orilla, se vio atado de pies y manos por una serie de círculos de un material parecido al plástico. Oyó ruido por encima de su cabeza y vio a dos enormes seres extraterrestres que bajaban en vertical por un halo de luz en forma de escalera. En voz alta, uno de ellos, de mayor tamaño, parecía reprochar al otro por algo incorrecto. El más pequeño, al final de la conversación, bajó junto a Elmer y, con facilidad, le liberó de sus anillos y lo lanzó de nuevo al agua.

Al emerger de nuevo, Elmer vio cómo ascendían hacia una nave de visión difusa pero cierta, y, antes de cerrar la escotilla, el de mayor tamaño le hacía una leve carantoña al menor, que tomó un recipiente del que comenzó a beber con una pajita. Instantes después, la nave salió disparada al infinito, dejando atrás un mínimo reguero de finísimo polvo cósmico.

Una vez en tierra y mucho más tranquilo, Elmer vio bajar a un grupo de excursionistas a la cala. Traían gritos, música y muchas bebidas. Se sentó un rato cerca de ellos y, en cuanto uno de los más jóvenes desató un paquete de seis refrescos de su soporte plástico en forma de círculos, se acercó, le apuntó a los ojos con un puñado de arena y le dijo:

-Esta playa es demasiado pequeña para los dos… -pues comenzó al más puro estilo Clint Eastwood, para terminar diciendo:

-Por favor, liberad todas las latas, romped los anillos de los soportes de sus cómodos packs y entregádmelos. Yo mismo me encargaré de que vayan al contenedor de plásticos y envases, aquí cerca, y así no lleguen al mar.

Mientras los jóvenes se aplicaban con sencillez a la tarea, de la mano derecha de Elmer caía un reguero de finísima arena.

lunes, 16 de agosto de 2010

OPORTO AL ATARDECER

CÁLIDO, MÁGICO Y CON REGUSTO A VINO Y A SAL.


jueves, 5 de agosto de 2010

DISCRECIÓN.

»Sshhh lector, no leas esta nota en voz alta. Estoy escondido en una madriguera de ciento sesenta metros cuadrados, cinco habitaciones, dos baños completos, aseo, cocina, salón y trastero, susurrando para que alguien, espero que tú, venga a salvarme. Y que lo haga pronto. Arriba, en la planta principal, me busca la totalidad de mi familia política, aliada con la mía propia, endomingados hasta las cejas, para llevarme a una comunión.

No sé cuánto podré aguantar. Nunca he hablado de este pequeño escondite fabricado bajo la casa, no tiene registro legal, nadie salvo yo conoce sus planos, excepto claro está los arquitectos que viven en la planta de abajo, la menos dos, necesarios para guardar el secreto de la planta menos tres, donde tengo el negociete de la destiladora clandestina.… son gente muy poco sociable, y no se llevan bien con los del tugurio de apuestas, los de la planta menos cinco. En la menos cuatro no me atrevo a entrar, porque los de esa secta son rarísimos, aunque pagan puntualmente el alquiler… Te espero, lector y salvador, por la puerta 12, la que tiene al lado una cabina telefónica de color rojo inglés. No me falles.»

-Mamá, hemos encontrado esta botella en el estanque, atascada por el yate. Ya iba camino de la salida de la urbanización.

-Dame, dámela… ¿Será cabestro? ¿Pues no cobra un alquiler por los de la Ciencia Indeleble y yo no he visto un céntimo? Vámonos, que el cura no espera para repartir hostias. Ni siquiera las consagradas. Y ni una palabra de la explotación de marihuana de la azotea, ¿entendido?

-Sí, mami.

-Ni aunque sea su cumpleaños se lo vamos a contar. Y en cuanto estemos junto a la verja, lanza los botes de humo y suelta a los perros. Arranque, Jorge.