domingo, 23 de junio de 2013

TURNOS NOCTURNOS.


El vampiro López encontró un buen trabajo. De diez de la noche hasta las seis de la mañana. No había problemas graves que resolver en el puesto de vigilancia del depósito de plasma y él sabía distraer un par de bolsas al mes, tanto de donantes con exceso de colesterol como dietistas.
Cuando conoció a Lucy Van Helsing IV, heredera de la mayor saga de caza vampiros de la Historia, como la nueva jefa de planta del turno nocturno, sus colmillos se erizaron. En vez de huir, trataba de evitarla. Armada de una estaca de caobilla fina, afilada y brillante, la mujer se daba entrada en el edificio, se colgaba un crucifijo y, hasta arriba de ajoblanco cordobés, se iba a por él, que la esquivaba como podía mientras ordenaba las estanterías con bolsas a punto de caducar. Apenas podía sentarse a cenar tranquilo. Sentía a su perseguidora acecharle y aprovechaba las pausas de la mujer –ir al baño, revisar los presupuestos del año en curso– para ordenar sus ideas y las bolsas, los tubos y los frascos. Hubo noches en que sólo le quedaba el recurso de hacerse niebla, con el peligro de fundirse con una sauna abierta que dejó Lucy o de ser engullido por una aspiradora, que apagó a tiempo. Desesperado, recurrió a una nube cercana y acertó a soltarle un trueno por la espalda, que, desprevenida, le chamuscó el cierre del sujetador. Por fin, ella también sintió miedo y se retiró a su despacho, a terminar y enviar la contabilidad. López sabía que tenía unos minutos preciosos y envió su inventario.
Cada mañana, el centro reaparecía impecable, sin la menor muestra de una batalla descomunal, planta a planta, pasillo a pasillo.
El acuerdo de alto el fuego, efectivo a partir de las tres y media de cada madrugada, dejaba tiempo suficiente para devolver los muebles a su sitio y repintar cualquier desconchón producido por las refriegas entre ambos. Después, el ambiente se regeneraba con la difusión de un ambientador fabricado por López, hecho a base de flores silvestres.
El centro de clasificación y mantenimiento de plasma obtuvo un informe favorable por parte de los Servicios Centrales y todos los trabajadores obtuvieron una gratificación extra en función del trabajo bien hecho. López y Lucy recibieron un premio personalizado. Cuando fue, sola, a recogerlos ella envolvió su estaca en el diploma a nombre de él y al dárselo se la hundió por fin en el pecho. López tuvo el tiempo justo de clavarle los colmillos en el cuello y pasarle un pendrive con el último inventario, sólo pendiente del camión de las doce y media, tras la campaña de donación de verano. Ella, antes de desmayarse y emerger como una Nosferatu, descargó el pendrive en el archivo general y comunicó a la Central su deseo de continuar en el turno de noche para el siguiente año. Ya más tranquila, se arregló como pudo sin poder verse en el espejo y preparó la solicitud de un nuevo encargado del almacén para el mismo turno.
Un segundo antes de enviar la solicitud, arrancó la estaca del pecho de López.
Sin duda, era el mejor trabajador que había pasado por el Centro de Plasma: no tenía sentido sustituirle. Le ayudó a levantarse y le puso delante una bolsa de sangre fresca del día, enriquecida por algún Centro de Alto Rendimiento Deportivo sin especificar. En breves instantes, López volvió a resucitar –y en menos de tres días, decía aguantando la risa– para incorporarse a su puesto de trabajo.
Desde ese día, para los dos, las noches se hicieron eternas, pero pasaban volando.