lunes, 22 de agosto de 2011

Bandera verde

Cuando voy a la playa siempre busco las banderitas que informan del estado del mar. Normalmente es algo evidente, pero, cuando no está tan claro, las busco. No es tarea fácil el encontrarlas, ni identificarlas, pues andan “pelín” despintadas y toca interpretarlas.
El otro día me pareció que el mar estaba algo revuelto. No soy buena nadadora aunque me defiendo. Como no estoy aún en buena forma, me planteé si bañarme o no. El calor apretaba. La banderita (de un extraño verde seco) invitaba, así que me despojé de las gafas y del sombrero, y me fui hacia la orilla.
Una ola rompió con fuerza a mis pies. ¡Qué poderío!, pensé. Niños jugaban divertidos con sus tablas. Poco personal dentro (como siempre). No había problema. La segunda ola, con el agua a la rodilla, me llegó hasta el cuello. Sospechoso. Dejé de meter tripa e intenté correr para entrar antes de la siguiente. Error. La tercera avanzaba como una sombra de un metro rugiendo sobre mi cabeza. Rompió sobre mí. No tuve tiempo ni de entrar de cabeza como es aconsejable, ni de nada más.Solo agua y confusión.
¡Qué revolcón!, ¡Qué costalada!, ¡Cuánta piedra entre la arena! Aquella ola me escupió hasta la orilla como el que escupe un chicle harto de masticar. Tras ese golpe de agua, medio sorda, desorientada y con la sensación de haberme tragado medio océano atlántico, me intenté incorporar sin mucho éxito. Aún en esta tesitura, noté como el mar se retiraba con la misma fuerza con que llegó, llevándose consigo mi parte baja de biquini que agarré con fuerza cuando la sentía ya por las rodillas. Tiré como pude y se me cargó de arena implacablemente. Me puse de pie. Apenas se sostenía de tanta tierra como contenía así que no tuve más remedio que volverme a meter para vaciarlo. La parte de arriba… la recoloqué lo más dignamente que pude. Mientras tanto cambiaron la banderita por la amarilla. ¿Estaría observando el socorrista?