lunes, 19 de noviembre de 2007

La playa

Habían quedado en la playa al atardecer. Él se sentó sobre las rocas habituales con el majestuoso porte que le caracterizaba. Ella llegó envuelta en una ola esmeralda. Se aupó a una roca a su lado al tiempo que su impresionante cola de pez emergía violentamente. Él apartó la vista cegado por el reflejo de las escamas.
-No es necesario que mires a otro lado –reprochó ella-. Tampoco ellas me entusiasman.
Y sus enormes ojos se posaron fugazmente en las piernas de él.
-Es el final –dijo él mirando al horizonte-. No hay duda. Hasta ayer nos amábamos y hoy nos hacemos daño.
-Hasta ayer pensábamos que un hechizo podría unirnos, cuando nos dimos cuenta de la más absoluta realidad. Seamos claros, ni yo estoy dispuesta a vivir en un estanque toda mi vida ni tú vas a pasarte el resto de la tuya con una bombona de oxígeno a la espalda.
-No, hoy no es el final –rectificó él, imperturbable-. El cuento acabó ayer.