lunes, 12 de octubre de 2009

OCASIONES Y MIRADAS

De pronto, sin esperarlo, nos quedamos en casa solos, sin las niñas y sin el abuelo. A las primeras se las llevaron nuestros amigos, para un día entero, y mi hermana vino a por mi padre, para pasar juntos el fin de semana en la sierra (una raya en el agua).

Cuando la puerta se cerró, nos miramos cómplices y nos dijimos: ¡al cine ahora mismo! No íbamos desde hacía tres años. Eran las doce de la mañana y en Internet nos aseguraban que, aunque la película empezaba a las doce, había una sala (la quince) que la proyectaba a las doce y media.
Corrimos como locos para llegar a tiempo, cosa casi imposible, si tenemos en cuenta que habíamos de llegar a la ciudad.

Estábamos en la taquilla a las doce y treinta y cinco; todo un récord. Al comprar las entradas nos dijeron que no, que había empezado a las doce y que no se ofrecía ningún otro horario especial. Nos desinflamos, nos frustramos. En fin, “qué le vamos a hacer. Lo hemos intentado”.

Bajamos al aparcamiento del centro comercial, desértico y oscuro como él sólo. Nos metimos en el coche. Álvaro arrancó. Nos miramos. Nos reímos. Paró el motor de pronto…

Estábamos demasiado guapos ese día, y nuestra cama, demasiado vista.