Bailé para ti como Salomé lo
hizo para Juan. Deshice el girar de la Tierra con las ondas de mi cintura,
decías. Seguí a tu alrededor y pediste clemencia para el Sol, que se quejaba de
frío al compararse con la sangre de mis venas.
Creí tenerte sujeto en mi red
de estrellas incontables, unidas por los vaivenes de mi danza. Bajé a donde
estabas sentado, fui a tomar posesión de tus labios… sonreíste y giraste la
cara. Antes de que mi corazón estallase, oí cómo me presentabas a tu mujer. No
recuerdo su nombre. Su sonrisa, sí.