jueves, 15 de enero de 2009

ESE DÍA.

Doña María Corales de Césped y Pelladanías, oficial de notaría de Calatayud, enviudó a los cincuenta y siete minutos de casarse, con el convite y el viaje a Soria pagados. Tras el levantamiento (civil) del efímero marido, le echó un ojito a un cuñado medio gris en el que hasta entonces se había fijado poco y lo sacó a bailar. El hombre no supo resistirse y aceptó ocupar el lugar de su hermano, eso sí, el lugar que ocupaba una hora antes, y por poco se le olvida llorar a doña María Corales, pero alguien se lo indicó y soltó unas lágrimas sin mocos durante un breve responso. Se pidió un vals a la orquesta y bebimos champán; a continuación, se consumió la tarta en lo que dura “Cielito Lindo” más un bis. Lo tremendo fue que doña María Corales, poco después de su segunda boda de ese día, con la tontería de lanzar el ramo hacia atrás, se desnucó y el vertiginoso ex cuñado, esposo transitorio y viudo reciente la recogió pronto del suelo y se volvió gris otra vez. Resueltos los certificados de defunción, buscó (sin éxito) su periódico y se marchó. Más de un invitado a la boda jura que oyó a doña María Corales decirle algo parecido a “tú la llevas”, antes del último suspiro. Al día siguiente, miércoles 14 de enero, se publicaron las esquelas.