martes, 5 de octubre de 2010

MUJERES (1).

ANA.

Ana, mujer de cuerpo y espíritu alegres, que declaraba desde el primer momento de sus citas cuánto le gustaban los hombres, llegó a darse cuenta de que por no decidirse a elegir, por el miedo a no hacer la elección correcta, tenía el alma a punto de estallar en pedazos. No rehusaba acudir a cualquiera de las citas a ciegas de la agencia de encuentros, pero en la última le costó mantener la sonrisa antes, durante y -mucho más- después.

Cansada de sentirse con el ánimo de una botella de champán, llamó para decir que no volvería más y que la borraran de la base de datos; dejó pasar unos días sin pensar en buscar compañía y salió a caminar.

En la acera de su calle, un ciclista le hizo avanzar de forma brusca y Ana vio como salía despedida de sus manos la bolsa donde guardaba la ropa de deporte. De forma instintiva saltó hacia atrás, donde unos brazos como troncos de árbol, los del ciclista, la acogieron sin que chocara contra la puerta de cristal del gimnasio. Inmediatamente después, vio otros brazos igualmente recios que acudían a ayudarle a levantarse. Eran los del conductor del camión que había estado a punto de atropellarla. Su bolsa no tuvo tanta suerte.

Ana era un sandwitch entre dos rebanadas de maciza carne masculina. Decidió desmayarse y verlas venir.

En la cama del hospital, con una vuelta a la consciencia lenta y paulatina, miró a un lado y otro para comprobar que los dos hombres seguían allí. Ninguno recriminaba al otro su papel en la escena.

Ana había meditado durante el tiempo de aparente inconsciencia, en el que sopesó cuál de los dos le convenía mantener a su lado.

Tardó en soltar su primera fase lo mismo que en abrir los ojos.

-Me quedo con los dos, si os parece bien.

A la semana siguiente de abandonar el hospital, cuando llegó la cama de 150 centímetros, los dos hombres colocaron las sábanas y la almohada. Ana solía llegar a casa más tarde que ellos y la esperaron acostados cada uno en un extremo, con un hueco de indudable dueña en el centro.

Al abrir con llave y mirar las dos chaquetas colgadas en el perchero de la entrada, saludó:

-Hola, niños.

Quince años después, Ana está cada día más convencida de haber hecho la elección correcta.

2 comentarios:

inma dijo...

Desde luego es una gran forma de resolver el dilema. Con dos simultáneamente no le faltaría de nada ¿no serían demasiado? ¡Bravo por Ana!

Clea dijo...

¡Mujer prevenida vale por tres! Jaja. Algo parecido dijeron Les Luthiers.