martes, 2 de diciembre de 2008

REVISIÓN.

 

"El examen es complicado, pero sólo es una prueba de trabajo”, no teman. Así se dirigió el catedrático de Geometría a sus alumnos de segundo curso, más o menos en los mismos términos tras casi veinticinco años de docencia. Uno a uno, tras el tiempo establecido, fueron entregando sus papeles. Algunos intentaban aclarar lo escrito con breves comentarios de última hora. “Lo de siempre”, se dijo. Por último, dos chicas entregaban su examen en blanco. El profesor se repitió “lo de siempre”.

En el tiempo de revisión, donde también se respetaban unas normas preestablecidas, se negociaba, se explicaba, y el resultado solía ser alguna décima a favor del alumno. Pero allí estaban de nuevo las dos del examen en blanco.

Entraron en el despacho y sabían que no quedaban más alumnos. La primera se adelantó saludando con una sonrisa y la segunda cerraba la puerta despacio hasta echar la llave, que desapareció en algún recoveco personal.

Con las dos inclinadas sobre la mesa, el profesor sabía que no tenían nada que preguntar. El silencio eterno de unos segundos envolvía a los dos bandos, las chicas medían si tendrían que hacer méritos para una matrícula de honor y el profesor calculaba mentalmente lo difícil que sería escapar de allí.

Dado que se venían los minutos, el viejo profesor decidió tirar una silla contra el cristal de la puerta de su despacho, haciéndolo añicos. Abrió la puerta con la llave que colgaba por fuera y llamó a gritos al personal de mantenimiento, atrayendo al mismo tiempo a los ocupantes de despachos contiguos. Achacó el incidente a su torpeza y rogó a su compañero de departamento que atendiera a dos alumnas que, tal vez, quisieran revisar su examen. El colega, muy joven, hizo pasar a las chicas a su despacho. Al cruzar la puerta del mismo, una llave cayó al suelo.

Al día siguiente, sábado, mientras un operario terminaba de colocar una puerta de madera en su despacho, el profesor vio entrar a su colega con los ojos hinchados.

-¿Cuántos días hace que las notas eran definitivas?,  -preguntó con voz pastosa.

-Desde el día después del examen,  -respondió el viejo profesor. -No parecía que lo supieran.

-Te aseguro que lo sabían. Las vi revolviendo mis papeles.

-¿Entonces?

-Ellas miraban a septiembre, y yo no soportaba el color del cristal de mi puerta.

Salieron a desayunar: Un té para el viejo profesor y un café bien cargado para su joven colega, quien hizo un breve comentario sobre curvas, contenido básico de la revisión realizada con las dos alumnas.

Esa noche, el viejo profesor sorprendió a su mujer desde que ella le abrió la puerta y la miró a los ojos.

1 comentario:

Isa dijo...

Ja, ja, ja...
¡Vaya encerrona más poco recomendable a ciertas edades! ¡Qué dos fieras y que "lástima" de criatura, tan joven él!
Me atrapa la ironía, Gabriel, y me gusta mucho cuando escribes como lo has hecho en este relato.