domingo, 2 de marzo de 2008

COMUNIDAD DE PROPIETARIOS.

La impresión que obtuve al entrar en el patio donde se celebraba la reunión muy ordinaria de vecinos del bloque 8 fue que el calificativo de la reunión era correcto: Batas de boatiné celestes junto a chandals complementados con sandalias marrones dejaban bien a las claras que iba a sudar cada céntimo de mi sueldo como nuevo administrador. Las preguntas primeras, para romper el hielo, fueron:

¿Es usted casado, oiga?  No fumará usted, ¿no? ¿Han cogido al anterior?

A las que no pude contestar porque el secretario, juez jubilado, me pilló el índice bajo su mazo de madera para abrir la sesión. Reconozco que todos pensarían que me chupo el dedo, a juzgar por mi actitud ante esa contingencia.

Vendado que me hube con los jirones de una sábana tendida en el patio, abrí mi cartera marrón y no la pude subir a la mesa en virtud de varios chicles del suelo pegados a los bajos. Saqué la documentación relacionada con las cuentas de los vecinos y, antes de abordar el primer capítulo, el de los recibos atrasados, me llegó un folio en forma de avión que, al desplegarlo, contenía una amenaza de globo hinchado bajo mi asiento que haría ruidos raros si detallaba los morosos. Más concretamente, si incluía a la familia Gómez de Espronceda, dueños de seis pisos impagados. No fui capaz de moverme del asiento, culpa de algunos chicles más, y noté el aviso de mi sangre al congelarse.

A mi lado, el presidente saliente, primo segundo del anterior administrador, manejaba con soltura una pistola muy antigua, pero bien engrasada a juzgar por las sucesivas pasadas por la manga derecha de mi chaqueta. Tan sólo respondió a preguntas relacionadas con la lotería clandestina del miércoles anterior, donde se anunciaba un bote de sesenta y dos euros con cincuenta que ganó la del cuarto derecha, su mujer.

Derivé la reunión hacia temas de interés común, como la apertura de la piscina a finales de mayo, pero ahí irrumpió la figura de la del bajo izquierda, desafiante ante la sola idea de trasladar su orca Ramira a un sitio donde quién sabe qué le darían de comer.

En este tipo de mítines suelo jugar la baza de la fiesta general con barbacoa, muy útil para limar asperezas. El agacharme a guardar los folios no leídos me salvó del impacto: Una enorme cacerola enviada para mi comprobación de los restos renegridos del cocido pegados al fondo, vestigios de la última fiesta con barbacoa. Era el fruto de la batalla campal durante la cual se olvidó en el fuego la potajada que hervía para hermanar a vecinos antiguos y recién llegados.

Sudando copiosamente, me levanté con mi silla pegada y levanté mi dedo hinchado para exigir silencio y atención a la lectura del acta anterior. Al levantarse al mismo tiempo  los Gómez de Espronceda temí lo peor y ocurrió lo siguiente:

Los del bajo derecha, tercero izquierda y los dos áticos, venían con las bolsas de basura del mes y sillas plegables: Todo se lo tiraron a los Gómez de Espronceda, quienes juraron pagar los atrasos en cómodos plazos bianuales. Pero, nada más cesar la lluvia de cáscaras y cajas de pizzas, se revolvieron como una serpiente y me señalaron como el culpable de todos sus males:

-Si no fuera venío er pimpollo ministradó, no subierería enfadao nadien con nusotro, eso e seguro de que sí. Amo a golpeahle, -dijo el padre de familia.

Viéndolos venir, no tuve más remedio que la huida, lenta al perder tiempo en arrancar mi portafolios del suelo, pero con la silla pegada a mí y el globo hinchado a más no poder adherido a la silla. A punto estaban de alcanzarme cuando pude quitarme los pantalones y correr con agilidad hasta la parada del autobús, donde me multaron inmediatamente por falta de decoro, teniendo que pagar al municipal con la Visa ante la falta de monedas sueltas.

A la mañana siguiente presenté mi dimisión, que me fue rechazada por unanimidad. En consecuencia, envié una circular para celebrar una nueva reunión, esta vez de carácter extraordinario, con el traslado de la orca Ramira al zoológico como único punto del orden del día.

 

 

 

3 comentarios:

Peneka dijo...

¡¡¡pa`que luego digan que los administradores de fincas no sudan para realizar su trabajo!!!. Me ha recordado, salvando las distancias, a la 13 rue del percebe, dónde el singular vecindario se las traía. Cómo este tuyo. Me reitero, vas avanzando en tus textos lentamente, provocando la sonrisa hasta hacer soltar una sonora carcajada.

Isa dijo...

¡Qué bueno! Es lo que dice Beli; yo he visto a Mortadelo.

Anónimo dijo...

Muy bueno. El maestro Eduardo estaría, creo, orgulloso.

Siempre duro contigo.