domingo, 6 de abril de 2008

A PEOR

Después de una boda llena de carbohidratos y laca fijadora, las mujeres querían ver el mundo real, dijeron. Como siempre, cedimos a sus pretensiones.

Así fue como entramos en un tugurio llamado “El rabo seco”, que cogía de paso.

El lugar era un antro en su totalidad más absoluta. Olía a alcohol derramado adrede, sudor de camioneros obesos y sangre seca. Una pasada de peligros.

-Aquí cabrían muchas historias, sin ninguna duda posible –sentenció Fede Toledo, siempre con sus ensoñaciones. Nadie le hizo caso y Fede se amohinó, como hace desde que nadie le hace caso. Su mejor tiempo pasó hace lo menos mes y medio.

Al sentarnos, Eugenia Lidades pidió su bebida de siempre de esa semana: un vodka con naranja agria, dos cortezas de limón más agrio todavía, hielo picado y azúcar de vainilla en el borde del vaso. Luego se rompió su taburete, cayó a plomo y le costó trabajo despegarse del suelo ella sola. Reírse, lo que es reírse, sólo se rió su prima Elvira. Y porque es su prima.

El resto no pedimos nada. Sólo mirábamos y hacíamos bastantes comentarios que finalizaban en “o sea para nada” o “esto es como muy súper tosco, recio y tal o así”.

El camarero sacudió su paño de toda la vida, un criadero de moscas sucio y hediondo, y se acercó a nuestra mesa. Las moscas le acompañaron.

-Largo daquí, laosstiaaa –dijo entre gargajos y humo de la colilla de un puro a medio apagar entre los dientes.

Nos levantamos de mala gana y, al salir, sentí cómo silbaba junto a mi oreja una navaja que se hundió en la madera podrida del marco de la puerta. Con mango de nácar, juraría yo por lo menos.

Un zapato sin suela, en cambio, sí que alcanzó a Laurita Venegas en la espalda.

Antes de respirar el aire puro de la calle, me volví y pude ver, junto al retrato de uno de los hijos del tabernero en busca y captura, un documento que debió advertirnos de dónde nos habíamos metido: Era la Licencia de Apertura del local con fecha de hacía seis semanas; colgaba de un solo clavo, estaba cubierta por un cristal roto, y, debajo, leí que antes de ser un nido de ratas para borrachos y rudos, el local albergó un negocio de depilación por láser.

Aterrados, salimos huyendo de allí.

Sin cambiarnos siquiera de ropa, finalizamos la velada en “Potosí”. Yo pedí una menta con sirope, y Eugenia su bebida de siempre de esa semana tan extra fortísssima. En los asientos mullidos pudimos, más tarde de lo previsto, criticar el vestido de la novia, los peinados y los aperitivos. Al alba, todos a casa en la limusina de Fede Toledo, que se redimía con el gesto. Tanto, que durante el trayecto le reímos algunas ocurrencias. 

2 comentarios:

Isa dijo...

¡Para "Eugenia lidades", las tuyas, "Eugenialísimo"! ¡Y de "a peor", nada; todo lo contrario!

Lola García Suárez dijo...

Existen los pintores realistas, pues tú eres un escritor realista, un cronista absoluto. Mira lo que pasa por ir de copas después de lo saturado que sale uno de una boda. El nombre del tugurio no tiene desperdicio. ¡Me parto de risa!