viernes, 4 de abril de 2008

UNA TRAS OTRA.

La primera se encendía nada más tocarla. Era negra y fuerte, imposible de mover. Demóstenes agradecía la firmeza.

La segunda parecía cansada y se tambaleaba; le sostenía, pero no le ayudaba a caminar: Parecía querer quedarse con el abrazo.

La tercera había sido maltratada. Tirada en el suelo, atravesada en la acera, le hacía tropezar y caer.

Y así, hasta veinte. Veinte farolas cada noche en el camino del bar a casa. La última se asomaba a la ventana de su dormitorio y, viéndole caer dormido, se apagaba despacio.

Y así, hasta el día siguiente.

3 comentarios:

Isa dijo...

Muy bueno. Con un final casi, casi tierno. Empezamos con la primera encendida y acabamos con la última apagada. Sí señor. Como debe ser.

Peneka dijo...

Será tal vez el influjo de esta primavera que ya se ha asomado sin vergúenza a nuestras vidas...
Será tal vez que ahora nos muestras más a las claras esa sensibilidad tuya...
Será tal vez...
¡Qué más da lo que sea!, es un relato con tus pinceladas de humor y con esa ternura suave de una caricia. Me imagino esa farola, dejando desaparecer su luz para así favorecer el sueño de ese borrachín incorregible.

Lola García Suárez dijo...

A mí me ha entristecido. Esa persona me ha dado pena. Eso te pasa por, con pocas palabras, ser tan certero. Está muy bien hecho.