jueves, 29 de mayo de 2008

ESPECIALISTAS.

Tocaba ayer. Mi mujer, Cristina, decidida, llenó el cubo de agua y jabón. Sin pensarlo dos veces, abrió el cajón de los paños (antiguas camisetas) y se dirigió a los niños y a mí para comenzar la limpieza.

El cristal de la ventana grande, de haber estado, se habría limpiado según mis ideas, no como decía al teléfono mi madre, que llamó desde Ipanema. Así que, menos mal que vivimos en una planta baja, recogimos del césped a Bernardo, el mayorcito, y lo pusimos a barrer los yerbajos que se trajo pegados al caerse. Las pequeñas, las gemelas Pepa y Paca, salieron de la chimenea en cuanto se lo pedí.

A pesar de las dificultades, limpiamos la casa de arriba abajo. Salvo un detalle. En la pared de la salita gris (tras una discusión enorme, llegamos a que es gris) detectamos una araña. Gorda, peluda, llena de patas. Y vacilona.

Sin mostrar más sentimientos que la defensa de mi hábitat natural, cogí mi raqueta de squash y me fui a por ella. Supuse que con un revés plano, brazo suelto y piernas flexionadas, sería suficiente. El bicho se anticipó a mis movimientos y, pendiente de un hilo de seguridad, se paseó por mi nariz y me picó.

Sin hacer la digestión, recogidos del suelo la escalera plegable, un pañuelo y mi raqueta, optamos por llamar a un especialista en combatir arácnidos criminales.

Antes de venir, el operario de la empresa Kill Bich nos aconsejó consultar a un abogado. Debíamos tener en cuenta quién había llegado antes a la casa. Cogí mis escrituras y leí en voz alta el protocolo de compraventa ante notario y, sobre todo, la fecha de la misma. La araña volvió a dar una pasada en plan Tarzán para intentar arrebatarme el documento, pero pude esquivarla y huir al cuarto de baño, donde permanecimos hasta que llegó el exterminador.

Desde la bañera, armados de botes aspersores llenos de champú, oímos el desarrollo de la lucha. Debió ser horrible, según chocaban contra el suelo, una y otra vez, la espalda y la cabeza del operario, quien, en un último detalle antes de huir, echó la factura debajo de la puerta del baño, que incluía sólo el desplazamiento.

No tenía alternativa. Hice la llamada comodín, la que no podía fallar.

En efecto, antes de la batalla final, apareció Spiderman de paisano. En un abrir y cerrar de ojos, se encaró con nuestro enemigo y le dijo cuatro cosas bien dichas. El bicho bajó por el marco de la puerta y, abochornado, salió con la cabeza gacha. Por el camino hasta el coche, se oían las reprimendas y los pescozones que el superhéroe aplicaba a nuestra ocupa.

Así fue como supimos su nombre: Concheta.

Con el mayor de los sigilos, volvimos a tomar posesión de nuestra casa. Por la noche, hicimos una fiesta en el jardín, dejamos la puerta abierta para que se secara la pintura y el domingo por la mañana teníamos una familia de murciélagos encima del televisor.

Aquí no tendría que llamar a nadie. Para algo soy Batman, qué demonios.

3 comentarios:

Isa dijo...

Ja, ja, vente "pa" mi casa, Batman, que no sé qué hacer con el nido de trece murciélagos que tengo en la regleta del aire acondicionado.A ver si con una charlita los convences. Sé que son trece porque si salgo entre dos luces al patio los veo salir uno a uno.
Me encanta tu relato. Lo cuentas como si fuera cierto.
"...salieron de la chimenea en cuanto se lo pedí". Ese puntazo es una de tus señas de identidad. Me harto de reír con esas salidas tuyas.
Y el final, sorpresivo y gracioso. Un beso.

Lola García Suárez dijo...

Jajajajaja, me ha encantado. Es puro Gabriel. Con un final redondo. En mi casa hay otros bichitos, cegatos y silenciosos, difíciles de eliminar. De esos que tanto les gusta la humedad. Menos mal que de momento convivimos pacíficamente.

Félix Amador dijo...

No sé si me ha gustado más 'Kill Bich', el detalle de la factura por debajo de la puerta o las discusiones sobre el color de las paredes.

Magnífico dominio del doble sentido, como siempre.

Felicidades.