lunes, 29 de septiembre de 2008

LA NIÑA DE LA LLUVIA

Mi mirada se pierde por entre los setos del parque, más allá del autobús que cada noche, a las once, pasa frente a mi ventana.
Todo es igual que el día anterior, de no ser porque hoy llueve; llueve a chuzos. Es por eso que mis ojos esperan a que el autobús desaparezca, y tras él, desde las ramas tupidas de los setos, la niña de la lluvia aparecerá para mirarme.
Sus ojos son poderosos, y es que ni su paraguas, tan rojo como sus botas, ni la distancia, ni la misma lluvia espesa, pueden evitar que el brillo penetrante de sus ojos toque a veces los míos, cual florete certero, para casi cegarme.
Yo la espero. La espero desde que el cielo al caer la tarde se va vistiendo de nubes. La espero desde que la tierra, aún seca, comienza a exhalar ese olor previo a la tormenta. Espero a la niña, que aparece siempre ante mí, los días lluviosos, una vez que el autobús de las once parte para seguir su última vuelta nocturna.
Las puertas se cierran tras el joven vestido de camarero, al cual parece que le hayan prestado el uniforme.
En mi ventana, el agua hoy no azota, porque viene sin viento, así que puedo mantenerla abierta sin empaparme.
Ahora. Ya llega. La rama que se mueve, la botita que asoma y, tras el paraguas, la niña hace de su presencia una realidad, de nuevo, en esta extraña noche, para decirme que un día fui como ella; que llevaba paraguas y botas rojas y que me gustaba saltar y saltar en los charcos del parque. Hace su presencia para llevarme de la mano por ese recorrido que siempre es el mismo, donde la lluvia nos acompaña todo el tiempo. Sí, un recorrido por los recuerdos y por lo que se ha de olvidar.
Aún guardo el paraguas y las botas. Aún me queda un leve recuerdo de aquella noche de lluvia, donde me arrebataron la niñez de un solo golpe. Ahora, las noches del presente me hacen volver a andar el camino para evitar cruzarme con ese camarero. Es por ello que me escondo tras los setos y lo observo hasta que desaparece para entonces respirar hondo. Después me miro a mí misma, allí en la ventana, mientras el agua que nos cae, hace su papel y nos purifica, y nos brinda la oportunidad de reencontrarnos con la mirada.
Yo soy la joven de la ventana, y soy la niña de la lluvia. Cuando nuestras miradas se reconcilien por completo, la medicación podrá terminar, para vivir libremente; como una sola. Como una joven que se olvida de la lluvia, para esperar al sol en la ventana.

9 comentarios:

Laura dijo...

Me ha puesto un poco los pelos de punta, pero me ha gustado mucho.
Besos mil.

Gabriel dijo...

A mí me ha encogido el corazón, lo que pido como regalo cuando empiezo a leer un relato tan íntimo; y tú me has dado en éste.
Pero hay algo más, mucho más: El relato es denso, engancha y enamora. Me gusta que no (INSISTO) se dependa de un final que justificaría lo escrito. Hay, por encima de todo, esa conexión de imán entre un mundo interior y una muy acertada elección de palabras para invitarnos a soñar lo que tú sueñas.
Besos grossen.

Anónimo dijo...

Hola Isa.
Me gusta la lluvia, mirar los paraguas como setas de colores, cruzarme con ellos (yo nunca llevo).
Me gusta esa mujer de la ventana que protege a la niña. No deberían existir personas que no saben respetar a los niños. Pero existen.
Una vez más me he enfrentado a la dulzura encerrada dentro del dolor.
Me has recordado a Khaled Hosseini (Mil soles esplendidos, Cometas en el cielo). Hay que poseer una sensibilidad especial saber escribir así.

De mis estaciones favoritas una es el Otoño,llego a ella agotada por el Verano, tanta luz, tanto calor, los días tan largos... así que no me sorprende nada que tuvieras ansias de que llegara.
Bonita coincidencia la de los calcetines, seguro que tenemos muchas más cosas en común, tenemos tiempo...

Nos leemos.
Besos.

Anónimo dijo...

Qué paraísos artificiales creas desde una ventana, Isa. El relato me ha sobrecogido. Qué fuerza hay que tener para crear con palabras mundos así, días de lluvia cargados de componente mágica y amarga, de dualidades duras y místicas. Denso y etéreo, rojo y gris.

LaRubia dijo...

Qué puntito de Isabel Coixet tienes amiga.
Bravo.

Isa dijo...

Gracias a todos. Mis pilas, con vuestros comentarios, preciosos tesoritos que me voy guardando, se recargarán facilmente. Espero que también las musas estén por la labor.Un beso.

Peneka dijo...

No sé si he entendido bien tu relato, pero si es así, me ha sobrecogido, me ha hecho un nudo en el estómago. Mopstrar los dos mundos, tan lejanos y tan cercanos a la vez...me quedo con la última frase del primer parrafo.
Desde luego, este curso escolar parece que nos hemos puesto todos bien las pilas
Hemos de demostrarle a las musas, que no deben huir de nosostros, sino que han de hacer de nuestro espiritu su morada
Animo y a escribir, escritora

FERNANDO SANCHEZ POSTIGO dijo...

un placer leer este post. Da gusto entrar en este blog. Un beso

Lola García Suárez dijo...

¡Joder, Isa! Aún tengo escalofríos en el cuerpo. Pero lo cuentas tan bien que algo tan duro lo haces hermoso. Maravilloso absolutamente.