martes, 28 de octubre de 2008

Grandes Batallas de la Historia (I).

Colina de Grimaldi.

 Los malos (concepto reversible) nos atacaban cuesta arriba, porque querían la colina que teníamos nosotros, toda sembrada de flores y ajos.

-¡Caprichosos!, ¡mojamierdas!, les decía el cabo Kerón desde las almenas del castillo de acero y tablas, mientras les tiraba aceite de pescado hirviendo.

-¡Lerendas, que sois unas lerendas! ¡Esto no sale ni con agua caliente, no se puede tener más mala leche! ¡Así se os caigan para dentro las muelas del juicio!

A eso de las seis de la tarde, las mujeres llamaban para cenar. Esto no lo explico en estas mis memorias porque en nuestro país se cena temprano (concepto relativo) respecto de otros países. Entre ellos, aquél al que pertenecían los malos que nos atacaban. Y, no se puede negar, les amargábamos la vida.

-¿Pero ustedes vosotros sábense que desmontar cada día este tinglado nos está matando a facturas con los de los andamios?, -preguntó un sargento de los malos.

-Yo no sé nada, -respondí-. Esto es lo que hay.

Y le daba con la persiana en las narices, incluso los días en que estaban a puntito, él y su pelotón, de atravesar lo menos cuatro ventanucos. La verdad, gracia no tenía ninguna.

Los domingos nos reuníamos a comer. Ellos traían carnes frías y empanada y nosotros poníamos verduras tanto cocidas como acompañando al pescado. Nos daban las tantas y a veces había que recordarles lo de empezar el asedio al día siguiente, momento en que recogían las mantas del picnic y se retiraban a descansar.

Así unos meses.

Pero un lunes, después de un domingo soleado, esperamos para nada. Allí no atacaba nadie.

A eso de las once, para estirar las piernas, salí escoltado por unos once mil de mis mejores hombres. Con los caballos al paso, sin formar, no se pudo evitar que un escudero de ellos, veloz como un rayo, fuera capaz de saltar sobre mi cabalgadura y sacara de su jubón un documento con el que me cruzó la cara. Su agilidad le ayudó a escapar.

Era mi primera hoja de reclamaciones.

Dentro del plazo, respondí punto por punto las quejas y, tras firmar la respuesta, di la orden de rendir la plaza.

Con los mayores honores, el ejército vencedor nos escoltó la salida.

Mañana empezamos el asedio. He conseguido un contrato por meses con los de los andamios y nos ahorraremos un dinero. 

3 comentarios:

Isa dijo...

¡Qué bueno! Ojalá toda batalla, de tener que haberlas, tuviera su paroncito para compartir una comida. No sería tal batalla. Me encanta ese punto de subrrealismo en el que te mueves como pez en el agua.

inma dijo...

De verdad que vaya una guerra la tuya.Faltaba que recogieran los enemigos el aceite del pescado para hacer jabón, jajaja. Un beso.

Félix Amador dijo...

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la guerra? Un puro negocio.

Y sobre lo de parar a comer... en todos los trabajos se fuma.