martes, 3 de febrero de 2009

VELOCIDAD.

El niño vio la puerta abierta entre vagones, se soltó de la mano de su madre y subió por la escalerilla que le llevaba al techo, desde donde sonreía como un montañero experto. La madre, aterrorizada, gritó pidiendo ayuda. El primero en ofrecerse al rescate fue un muchacho muy joven, alto y fuerte, que, sin pensarlo dos veces, se fue a por el niño. Cuando se disponía a poner el pie sobre la plataforma, resbaló y cayó por el otro lado de la vía. Había que conocer estos trenes antiguos, redondeados por sus bordes. La madre, pensando en la velocidad que llevaban, subió ella misma a por su hijo a pesar del viento en la cara.

En un minuto, agarró al niño, se lo echó a la espalda y, una vez de nuevo en el vagón, le dio una soberana tunda en el trasero advirtiéndole de que nunca hiciera algo parecido.

Después, más calmada, acudió a dar las gracias al muchacho que había intentado ayudar, algo magullado, y se sentó junto al niño, que aún gimoteaba. El tren no tardaría en salir.

2 comentarios:

inma dijo...

"La madre, pensando en la velocidad que llevaban..." ¿Andando? Esto me ha hecho suponer que el tren estaba en marcha y no es así.
Ocurrente aq algo desconcertante.

Isa dijo...

¡Uy, qué alivio! Me ha pasado como a Inma, y no por casualidad, sino porque has sabido llevar al lector al equívoco para tranquilizarlo después, con un final, para mí redondo y envidiable. Un beso.