miércoles, 4 de marzo de 2009

EN UN DESCUIDO.

Me sentí libre al tirar mi fusil a los pies de un soldado enemigo, que me apuntaba a la cabeza. Al darle la espalda, oí cómo él también dejaba caer su arma.

Durante años, nos hemos escrito sin conocer nada más que nuestros nombres. Y al final de cada carta volvemos a recordar que, al regresar para vaciar de munición los dos fusiles, faltaba una bala de cada uno. Dos niños de un pueblo cercano llegaron antes y, en sus juegos, cada uno puso una cerca del corazón del otro.

En el bolsillo de la camisa.

4 comentarios:

Peneka dijo...

¡me ha dado un vuelco el corazón, y no exactamente de alegría!!

Te envidio, compañero...envidio tu sonrisa siempre amable, cercana.
Envidio, ese gracejo tuyo, tan gaditano, con tanto arte.
Envidio esa complicidad tuya con las plabras, como juegas con ellas, como siempre arrancas la sonrisa, o la alegría, o como en este caso el sobresalto.
Envidio...aunque sé que me quemaré en los infiernos.¿No es la envidia un pecado capital?

Isa dijo...

Trágico y hermoso. Triste e irremediable. Precioso.

inma dijo...

Profundo e inquietante. Pensé en un mal desenlace y me sorprendiste con un final amable. gracias.

Isa dijo...

¡Qué puñetas irremediable ni nada, hombre!
Final feliz y yo sin enterarme. Inma, gracias por sacarme de mi error. Gabriel, gracias por endulzarnos con esa bala, sólo y nada más que en el bolsillo de sus camisas.