jueves, 29 de octubre de 2009

Viaje en metro

Cuando viajo fuera de mi ciudad por cuestiones laborales, no me gusta coger el metro, pero aquel día, al ser “hora punta” me decidí para evitar atascos.
Después de meter varias veces las monedas que escupía la máquina sin piedad, logré sacar un billete.
Toca pasar el control ¿Por qué la ranura del torno siempre está al otro lado de donde me coloco? Suena un bip-bip y el chico que está a mi lado se cuela por la puerta que ha abierto mi billete. Me sonríe con descaro y sale corriendo hacia el andén por el que se escucha rugir la fiera.
Un empleado contempla en la distancia mi peripecia pero no se acerca siquiera. La gente pasa corriendo por un lado y otro mío con mirada asqueada por mi torpeza. El metro está casi en la parada. Introduzco de nuevo el billete por la ranura del otro lado pero la máquina lo escupe porque ya estaba validado, de forma que ante la premura de la llegada inminente del metro decido probar mi forma física saltando por encima de la barrera.
Sólo me faltaban 2 escasos centímetros cuando mis pies tropezaron con el borde superior y fui a caer de cabeza justo al otro lado. ¡Qué golpe! ¡Qué sonido atronador en esa estación! Aquel ruido seco acompañado de un alarido desgarrador, hizo que dos chicos se volvieran a mirar por si era la estación, la que se hundía tras sus pasos. Ahora sí que logré conmover al empleado. Mi cara comenzaba a hincharse. Me dolía todo y lo que más el amor propio. Entre los dos chicos me coloraron en pie y rechazando la ambulancia que el empleado me ofreció gentilmente me fui caminando lo más dignamente que pude hasta el andén a esperar el metro siguiente.

6 comentarios:

Gabriel dijo...

Con relatos así, donde se inventan e invitan a ver universos completos, Siempre, Siempre, se produce un escalofrío, similar a un guiño, a esa media sonrisa que, por encima de contar una tragedia, o una broma macabra, invita a la complicidad.
Y, además, a agradecer por lo bien hecho que está.

Postdata plena de maldad: No es fácil que te escurras de seguir escribiendo para leernos, una vez abierto ese poquito de cremallera de tu bolsa mágica. Advertida quedas.
Y besos, faltaría más.

inma dijo...

Gracias, Gabriel.

Isa dijo...

Tu peripecia, por cierto muy bien contada, me ha recordado a una de las veintitantas veces que cogimos el metro en la semana que pasamos en Lisboa este verano. En uno de esos viajes, las puertas de cristales que regulan el paso, esas que tu prota saltó, me pillaron a mí, justo cuando las estaba cruzando. Y dolió tela.

Clea dijo...

Cuántas sensaciones consigues recrear. Y cuántos personajes. Y muy bien. Y deprisa.

Qué agotador es vivir en una ciudad, ¿verdad? Cada paso es un tremendo obstáculo.

Paquita dijo...

el relato contado con todo detalle
puede ser real,porque en esa borágine de las ciudades enormes,
puede pasar de todo. ¿Verdad? .
Un abrazo

inma dijo...

El relato es real como la vida misma. La anécdota le pasó a un amigo mío y yo le dí forma para compartirla con vosotros.