Eduardo Bussines se mantuvo de pie sin dejar de mirar el suelo y la cartera que asomaba entre sus zapatos. El último ocupante de la estación de trenes, un revisor muy viejo, no tardaría en irse.
Cuando, conocido el ciclo de idas y venidas de las cámaras de seguridad, comprobó que estaba libre de vigilancia, se agachó como un rayo, acogió en su bolsillo la suave billetera de piel y salió de la estación a toda prisa con una sonrisa.
Al llegar a casa, tras un rato de pie tocando el timbre, su mujer le repasó a conciencia en el descansillo de la escalera:
-Llaves falsas para perder del piso, perdidas.
-Sombrero, distinto.
-Bufandas, dos y distintas a las que llevabas al salir.
-Cartera recuperada, menos mal.
Le dio un beso y lo dejó entrar.
7 comentarios:
No he entendido bien, si la cartera la robó o la habia perdido
y encontrado. de todas formas la mujer le hizo un buen repaso y lo
que más le gustó, es que la trajera. un abrazo
La cartera se la encontró sin saber que era la suya, como todo lo demás.
Un beso grande.
Me pregunto si algún día le pasaría lo mismo con su mujer. La ventaja: volver a empezar.
Eso,Isa, sería interesante. ¿Reconocería a su mujer después de haberla perdido? ¿o se perdería para no reconocerla? A saber ese tipo a qué jugaba ¿Dónde se quitaba y se ponia la ropa?
Qué bonito. Misteriosa enfermedad la del olvido. Cuánto desconsuelo deja a su alrededor.
Creo que en El padre de la novia, el marido dice al médico que se dé prisa que su mujer lo está esperando aunque no sepa ya quién es él. El médico le responde que si no sabe quién es, para qué las prisas. Él le responde algo como esto: Ella ya no recuerda quién soy yo, pero yo sigo recordando quién es ella.
Gracias, Clea, muchas gracias por un regalo tan lindo.
Besos.
Es en El hijo de la novia, Gabriel. Me equivoqué.
Muchas gracias a ti por escribir y dejar que te leamos.
:)
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