martes, 14 de septiembre de 2010

ATENCIÓN.

En la calle, un hombre aborda a otro y le saluda.

-Buenos días, amable peatón, ¿podría prestarme dos minutos de su tiempo?

-Eeeeer, bueno, si son dos minutos…

-Sólo le pido que mire estos dos relojes con atención. Uno de ellos es digital y el otro analógico. Compruebe que están en perfecta sincronía con el reloj de nuestro ayuntamiento, que como sabrá está considerado un modelo de precisión.

-Sí, sí que lo están; dígame.

-Le pido que compruebe la cadencia de los segundos. Nada de décimas, sólo los segundos. Dentro de muy poco sonará la campana de la media en el reloj grande y su sonido le ayudará a la sincronía.

-Los veo iguales: uno cambia de dígito al mismo tiempo que se mueve la manecilla que indica el paso de los segundos.

-Bien. Ahora sólo una pregunta más, por favor.

-Sí, diga.

-¿Qué hora es?

El hombre consulta el reloj de su muñeca y contesta:

Las diez y media de la mañana.

-Gracias, muy amable.

5 comentarios:

inma dijo...

Es un caso de ver sin mirar. ¡Cuantas veces lo hacemos a lo largo del día! Muy bien contado.

Peneka dijo...

Ayer noche, viendo el hormiguero en la cuatro, recordé este relato que había leido por la tarde.
En él hablaron de lo "tonto" que es nuestro cerebro, que ve solo aquello que quiere ver, dejándo a un lado lo que considera "superfluo para la supervivencia" de la especie.
Gabriel, en tus lineas describes con mucha sencillez y gracia lo que a diario nos pasa: dejamos de ver lo evidente, complicandonos la vida con historias y movidas que a nada nos conducen.
Como siempre, muy bueno y un final inesperado
Besos, amigo

Clea dijo...

Je.
Invitas a pensar.
La atención... tan amiga del interés.
Un final tan preciso como el reloj.

:)

Anónimo dijo...

Querido Gabriel:despues de tantos meses sin comnicarme con ustedes,
ya por fin me han areglado el problema, y lo primero que leo es el preciso y puntual relato del relog, genial como siempre querido amigo amigo.

Isa dijo...

Jajajá, esto es como "el caballo blanco de Santiago". ¡Mira que hay que ser torpe! Pues todos podemos ser así de tontos en un momento dado.
Tu relato, irónico y fino como siempre. ¡Qué ganas de verte, Gabriel!