domingo, 6 de noviembre de 2011

EL GABINETE DE LA DOCTORA PLESNECTER.


Gabilonda Plesnecter Bifomatandaska, alias Brenda, soñaba con su propia consulta de otorrinolaringorrodillología. Estaba harta de Benito Spiriakatsis, quien nunca atendía de frente a los pacientes, fuera lo que fuera que hubiera que operar. Y de su otra colega, Petrasova Cantalobosblancos, una mujer con ideas fijas en cuanto a extirpar la mayor parte de cosas a los enfermos en cuanto se descuidasen, empezando por la cartera, que consideraba un bulto sospechoso en los pechos de muchos muchachos. Gabilonda no era así.

Acudió a un agente inmobiliario, Nasalio Estrepandabus, para que le buscara un local sencillito, de entre ocho y diez hectáreas, con techo cubierto, capaz para veinticinco mil espectadores en las cirugías. Gabilonda soñaba con la mejor marca mundial del año en extirpación de legañas furibundas. Sus compañeros no pensaban igual, a ellos sólo les guiaba el dinero.

Se gastó una fortuna en acondicionar el local y encargó la publicidad a la agencia japonesa Lodigoyotodo, quien se encargaba de cualquier detalle. Cuando apareció en la pista central con sus guantes de goma verde, su bata azul y su mascarilla amarilla, el público rugió y los aplausos despertaron al paciente, que hubo de ser anestesiado a palos limpios.

Al ratito, Gabilonda, después de exhibir como trofeo un chicle adosado al páncreas del paciente desde 1987, suturaba con una sola mano la mínima incisión y de dos tortas con el dorso de la mano invitaba al enfermo a saludar de pie: aunque se cayera al suelo después, eso ya no era responsabilidad suya.

Pero el final no parecía feliz. Al decir Gabilonda que todo el mundo podía irse a casa y dejar de molestar, las puertas del recinto no se abrían para fuera ni para dentro, ni para los lados, como supuso un listo. Hasta el enfermo se agobió.

Desde fuera, las voces de Benito y Petrasova, a capella, interpretaban el duetto “Muera la traicionera, muera en salmuera”, de Patritsio Monkismonkis. Era su forma de decir que la iban a majar por no contar con ellos para la gala inicial ni para el negocio final. Al final del canto, desembalaron cien kilos bien despachados de proyectiles con mechas rubias, listos para ser tirados para dentro desde fuera.

Gabilonda comenzó a masticar el chicle rescatado para matar los nervios. El público se le echaba encima tanto con sus cuerpos como con sus opiniones, entre las que se distinguían claramente “chufla” y “tripona”. Finalmente, guardó el chicle y decidió echar por debajo de la puerta una copia modificada de su escritura de constitución, donde incluía como socios a Benito y Petrasova.

Se pudieron abrir las puertas, salió el público en avalancha con el satisfactorio resultado de mil seis personas pisoteadas y los socios se fueron a tomar un refresquito.

A las seis de la mañana, encendieron un cigarrillo junto a las mechas y viajaron juntos por los aires al mismísimo atolón de Blohamura, junto a la isla Karahorharo, donde aterrizaron calvos y sin ropas, pero con el título de medicina para colgar. Los nativos los acogieron con alegría y cantos de gratitud a sus dioses locales, que les daban la opción de abrir la consulta externa inaugurada hacía diecisiete años por un ministro de Sabadell que por fin podría volver a casa.

1 comentario:

inma dijo...

¡Que nunca nos toque ese gabinete!¡Qué horror!
Me quedo con el título del dueto como golpe genial del relato. Muy divertida tambien la situación del viajetito y desenlace final. Enhorabuena. Por otro lado y no sé si será por la tardía hora que es, me han costado mucho el resto de los nombres, que no sólo los he tenido que leer dos veces cada uno, sino que me obligaban a releer parte porque perdía un poco el hilo. Igual toca dormir ¡Buenas noches!