martes, 9 de julio de 2013

Grandes criminales de la Historia (1)

El Estornudador de Boston (Parte 2).


Nick no podía levantarse al día siguiente. No si seguía empeñado en hacerlo hacia el lado del respaldo.
Llegó al suelo con esfuerzo y sintió que no podía caer más bajo. Apareció entonces Tina Jawater, su secretaria. Traía una bandeja con café optativo, azúcar obligatoria y zumo de fruta natural por sorteo. Tiraron los dados y tocó batir alfalfa y orujo. Apenas probaron seis tazas.
Antes de irse, después de desayunar juntos, Tina se volvió hacia Nick con violencia, haciendo salir disparada media vajilla mientras decía:
–No dejes que este asunto te estalle en plena cara. Levántate y nadie podrá decir que no tienes aspiraciones.
El portazo hizo caer el trofeo de cristal de Bohemia que Nick obtuvo en 1997, cuando atrapó al astuto delincuente Hepberb Stalalanoslosh, quizá el más escurridizo de los checoslovacos a los que se había enfrentado en su carrera.
Tina había dado en la diana. Como siempre que jugaba. Nick desclavó los tres dardos, los lanzó con precisión, los desclavó de su sombrero y salió disparado de su despacho. No había tiempo que perder.
Al anochecer, un satisfecho y sonriente Nick Korresky tenía a su lado, esposado, a Jesús Piro, el hombre más buscado de la ciudad.
A un codazo de Nick, el tipo comenzó a hablar para los lectores.
(Bien jugado, Nick, porque si no, ¿qué hago, me lo invento todo?)
–Eeer sí, pero qué listo eres, qué bien lo has resuelto, da gusto tener agentes tan diligentes y tan buena gente. ¡Qué bueno, qué profesional,… es que así da gusto que lo detengan a uno! –dijo el detenido con la mayor espontaneidad.
(¡Qué desabrido el tío! ¡La mismita emoción que Stallone dando el tiempo!)
-Pero cuenta los detalles, chiquillo, que a la gente le gustará saberlos –dijo Nick tras otro codazo.
-Pues nada, que aquí el maravillas éste, va e inquiere a mi portera, señorita Ingrid Bopsoil, sobre quién es el que más pañuelos de papel compra en la barriada. Y éste, el maravillas, viendo que la mujer no es chivatona, no sé si por lo de muda, y que no le aclara nada, pues va y pone pimienta en spray por toda las zonas comunes de la comunidad, de tal modo que antes de entrar en mi portal oigo un alud de estornudos variados en tiempo y tono, que supusieron el golpe de intrusismo más cruel que he presenciado en mi vida. Me sentí fuera de mi mundo, atacado por mi propia medicina, con una cucharada de mi arma.  No pude conservar el control y, lo reconozco, no pude controlarme.
Aplausos tenues. Un total de diecisiete contando dos del propio declarante.
-Tina tenía razón, –explicó Nick más tarde, mientras rellenaba el informe-. Bastó con esparcir el condimento por el aire y esperar a que, en algún lugar de la ciudad, este archicriminal se acercara a aspirarlo y así mantener el monopolio. Aunque no pudiera evitar que me estallara en la cara. ¿Pueden creerlo? ¡Resulta que el tipo andaba resfriado desde 2010!
Uno de los farmacéuticos del laboratorio se estremeció al oírlo. Había que ser muy duro para no desmayarse delante de aquel tipo.
De pronto, cuando entraba a su celda, en el más denso de los silencios, el tipo se zafó de los guardianes, se revolvió y estornudó como nadie, jamás, lo había hecho antes en una comisaría: rodeado de policías de uniforme y de paisano.
Los pañuelos volaron de sus paquetes de a diez unidades, tratando de socorrer a docenas de funcionarios que apenas podían ver en medio de un caos donde las gafas entorpecían más que ayudaban. Nick se protegió con un pañuelo de doble tela bordado por su abuela, y avanzó hacia el criminal, sonándole de modo parecido a la bocina de un autobús escolar con prisas.
-No hay nada que temer, no voy a huir, Nick –le dijo con voz nasal muy acusada-. Pero no olvides la respuesta a mi estornudo de todos los que te rodean. Incluido tú, que te he oído.
Tenía razón el tipo. Había logrado su propósito. Todos y cada uno de los presentes, tras su dantesco estornudo, habían respondido “¡Jesús!”, dando un suspiro.
Este era, realmente, su momento de gloria.
-Sólo una cosa más, Nick –dijo entregándole un sobre–: haz que lleguen estos setecientos cincuenta mil dólares a la familia de la limpiadora que tenga el turno de mañana.
-Lo haré –dijo Nick.
Nick lo vio alejarse hacia los calabozos mientras recitaba unos versillos adaptados a la ocasión: por un guardián con bufanda, con ropa de gruesa tela, no burla más, ya no cuela,  va al talego el malandrín…

1 comentario:

Clea dijo...

Una atmósfera tensa, sobrecogedora, un detective frío, cínico, misterioso y decadente (que se quiere levantar del sillón por el respaldo), una secretaria ágil (con nombre de vasija), una portera muda, pimienta… Todos los ingredientes de una novela muy negra en un relato corto con final inesperado (¡qué raro!) para un criminal en serie, Jesús Piro, en el fondo buena persona pero con una vida truncada a causa de no sabemos qué.

¿Cómo os quedáis? (Yo no puedo)