miércoles, 14 de mayo de 2008

MICROHISTORIAS (II).

J. L. Gallo no era ningún ogro caníbal devorador de personas ebrias, pero lo encarcelaron de por vida por presumir, a gritos y en la plaza, de haberse comido cientos de borrachos aún calientes, después de trocearlos. Su familia traspasó la pastelería.

 Virginia M. D., mujer muy rizada, lloró muchísimo al ver partir a su novio tras devolverle el anillo de compromiso, a pesar de que juró y juró que no se había dedicado jamás a la prostitución. Era cierto, no lo negaba, que había sido imputada varias veces por atrasos en los pagos a la Seguridad Social, pero nada más.

 Clarencio L. G., de unos veintiocho años, se casó con su madre, a la que no conocía, y tuvo con ella un hijo que se casó con su hermana (de Clarencio, más joven que él, a quien tampoco conocía). Pues bien, su hijo, su cuñado, y su nieto, eran la misma persona, así como también coincidían en una sola su hijo, su padre y su abuelo. Consiguió numerosas ventajas legales al presentarse él solo como familia numerosa.

 Sin haber pisado jamás una escuela de ingeniería, Pablo J. F., de Móstoles, llevó a cabo más de mil ochocientos puentes bajos y casi los mismos altos durante su vida profesional. Eso sin contar algunos días laborables que caían entre dos fiestas, en los que no cerraba su consulta de dentista.

 Al no ser capaz de aprenderse el papel de Ricardo III para la función de fin de curso, Honorino P. L., de Chipiona, recibió un folio en blanco para su intervención como cortina doblada en la obra. Aún así, tartamudeó en silencio con la mirada.

 En el pilón del pueblo, Teresita Galán lavaba la ropa. Según se iba quitando la falda, la camisa o el sujetador, mojaba, fregaba y ponía a secar al Sol. Al final, cuando enjuagaba su última prenda, como ya tenía secos los calcetines, se los puso, lo que le quitó esa incómoda sensación de desnudez de la que le advertían los vecinos al pasar.

 La bala pensaba por sí misma. Esquivó al niño arrancado de los brazos de su madre para la guerra y se desentendió del soldado que acababa de saber que era padre. Pero al acercarse a un fanático, gastó su impulso en hacerle volar el casco por los aires. Decidió que era la mejor forma de que entraran más ideas en esa cabeza. Después descansó en el campo el resto de su vida.

 El gorila de la discoteca se jubiló y volvió a la Selva, donde Tarzán le organizó una comida homenaje. Acudieron todos los animales, incluso los que llevaban zapatillas informales. Ese día hizo la vista gorda.

 El egipcio Asomatek Phorahi  no vivió lo suficiente como para conocer a su sexagésima esposa. Su primera mujer, su primera viuda, lo impidió la noche de bodas.

Los dos sabios, hombres mayores y venerables, lograron por fin aproximar sus ideas. Durante un breve instante, sus pensamientos estuvieron más cerca que nunca a lo largo de sus vidas. Momentos después, ambos eran atendidos tras el tremendo cabezazo sufrido al intentar pasar los dos al mismo tiempo al interior del laboratorio.

 Pepa Gloria Jalón Serrano, mujer tradicional y de ideas conservadoras, acabó por entender la realidad de un pobretón que, durante doce años, había visto sentado sobre un cartón, cabizbajo, mientras pedía limosna en la esquina de Sierpes con calle Granada. Y la verdad es que su corazón ya estaba tierno ante la perseverancia, pero acabó por derretirse cuando el pobretón, a la salida de misa de doce de la Catedral, se le apareció en un lugar apropiado para Pepa Gloria Jalón Serrano: la puerta de una iglesia grande. Sin pensárselo ni un instante, se soltó del brazo de su marido, don Nicodemo Pascual Redondo, se dirigió al pobretón y, sonriendo le preguntó: ¿Tiene usted cambio de diez céntimos, buen hombre? Resuelta su transacción, sin mirar atrás, Pepa Gloria Jalón Serrano bajó a saltos los escalones que le separaban de su esposo y se aferró a su brazo con la alegría de una chiquilla. Juntos, comenzaron su paseo hacia el barrio de Santa Cruz, donde algunos yernos, hijas, hijos y nueras, les esperaban para tomar un aperitivo, según la costumbre.

1 comentario:

Isa dijo...

¡Qué te digo,compañero! Estoy muerta de risa y vuelvo a sorprenderme por esa capacidad creativa que albergas. Son un lujo tus microhistorias.