viernes, 15 de agosto de 2008

CITAS

No se quitó el sombrero al cruzar la puerta de cristal del café. Como un faro, la luz de sus ojos buscó la mesa segunda de la derecha, junto a la ventana, la que celebraba sus encuentros, les aguantaba los platos con el té, los codos, el tabaco y su bolso mientras charlaban, y ocultaba a los demás los pícaros roces de sus pies descalzos. Pero no estaba. Levantó un poco la vista y encontró a su compañero, cargado de un periódico, dos platos con tazas, un cubito con azúcar y un cenicero. No pudo soportar la rigidez con que tendrían que charlar a partir de entonces y decidió abandonar el local. Él la siguió, cargado además con su bolso, igual que un porteador. 

En el umbral de salida, la mujer se detuvo y abrazó al hombre, que no derramó una sola gota del contenido de las tazas. Echándose a un lado, dejaron que el carpintero del local, un enamorado de su profesión, instalara de nuevo la mesa en su lugar, con una pata completamente restaurada. Se notaba el trabajo bien hecho, y el color del barniz era fiel al original. 

Con una sonrisa, la mujer indicó al hombre que volvieran a sentarse como habían hecho, desde que podían recordar, una vez cada siete años

2 comentarios:

Isa dijo...

Hay ternura, añoranza y ritual en este relato. Un cóctel imprescindible para el amor. Y además, lo dices como si nada, por eso sorprende más.

Lola García Suárez dijo...

Ojalá "Paraleernos" cumpla con tan hermoso ritual a pesar de los años y los obstáculos.
Te veo distinto en este relato, Gabriel. Es sencillo pero profundo. Me gusta.