domingo, 16 de noviembre de 2008

Microrrelevo

Castigado sin postre

El gato, sin embargo, celebró toda la tarde tal acontecimiento. Acomodado en la esquina del postigo, como es habitual, veía llegar todos los mediodías a aquel niño de pantalones cortos que le repartía caricias y tirones de orejas a partes iguales. Los que habitaban en aquella casa igualmente no entendían por qué no se marchaba sin más si es que nadie lo quería. Pero debe ser ese sexto sentido gatuno el que allí lo mantenía tanto tiempo esperando al día de la Gloria.
Jorgito, que así se llamaba aquel demonio de pelo corto, acostumbraba a rodear corriendo la mesa de la cocina hasta dar de bruces con el hermoso pandero de su Nana. ¡Plof! Ese día cayó la tarta de crema de arroz que se enfriaba sobre la encimera. El gato, con su elegancia habitual, caminó despreocupado hasta el cadáver mortecino y desenmoldado del dulce y comenzó a comer hasta que la panza hinchada de azúcar y ronrroneo no le dejaba ni siquiera lamerse las últimas briznas de azúcar glasé que le tiznaban los bigotes. ¡Castigado sin postre! oyó como gritaba aquella mujer. Desde entonces ya entendió las consecuencias de las tropelías de aquel chiquillo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

vaya castigo joooo, con lo bueno que está el postre.

un beso.

Peneka dijo...

¡Qué bonito relato Irene!
Por un momento me he imaginado la casa de mi abuela, la chimenea, el postigo entreabierto de la puerta...
Esto de escriir es toda una aventura maravillosa

Isa dijo...

¡Ay, por goloso y confiado!
Habrá que tomar nota de ello, compañera.

Lola García Suárez dijo...

Creo que te ha salido redondo.

Gabriel dijo...

Gato y niño: El equipo perfecto. El cuento -de molde- redondo.
Besos.

inma dijo...

Me encanta la imagen de ese gato oportunista que se come el postre completo ¡Por eso no abandona la casa!