Me enamoré de tu vista
cansada, o sea, presbicia,
pero no de tu mirada
porque me cegó la lista
de pamplinas de novicia,
o monja recién entrada,
que dabas como noticias
en lugar de no hablar nada.
Maribel, me tenías loco
de sentencias aplastantes.
Tú no sabes bien lo poco
que me sobró del aguante.
Desde el principio, de novios,
decías lo inconveniente
sin mirar si había gente
o si causabas oprobio,
largando así, de repente
lo que para ti ocurrente
a mí me daba el agobio.
A la Academia pedí
ayuda al hablar, la forma
prudente al decir, la norma
y dos libros adquirí.
Los leíste junto a mí,
con atención y detalle,
pidiéndome que me calle
si te intenté corregir.
Cerrado que los hubiste
académica te vi,
con ciencia infusa dotada.
Y como lerdo me viste.
A partir de entonces fui
muy cerquita de la nada
considerado por ti.
Ya frases breves, brillantes,
contumaces, indudables,
hables lo que sea que hables:
Lo contrario que hacías antes.
Consecuencia de lo cual,
listillo y solo me hallo.
La próxima que hable mal
No digo nada y me callo.
3 comentarios:
Extraña historia de amor y letras. Yo a una así la habría plantado a la primera, pero me alegro que el escritor tenga mucho más aguante, ja, ja ,ja.
¡Uy, qué bueno, Gabriel! El poema y el pobrecito que tenía que aguantar al cenutrio ese. Te felicito por tu creatividad y por tu arte.
Jajaja! Una historia de trovadores contemporánea. El "Maribel, me tenías loco" le da realismo y fuerza. Amor "trivial".
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