domingo, 18 de enero de 2009

CONTRARRELOJ

La torre de expedientes por grabar, de los nuevos empleados,  era muy alta. No podía levantar la cabeza del escritorio si quería acabar el trabajo para salir a tiempo y recoger a Carlota. Alzó los ojos y allí estaban los del jefe, observándole como linternas. Volvió al trabajo. Pudo levantar la manga de su chaqueta sin levantar sospechas y el reloj le informó de las cuatro horas de trabajo que le quedaban, realizó rápidos cálculos mentales y le salían diez expedientes por hora, a quince minutos por cada uno. Puso el cronómetro a cero sin hacer ruido alguno con los botoncitos y empezó a grabar datos.  Una, dos y tres horas, esas siempre pasan deprisa en cualquier relato de angustias. Llegó la cuarta y había cinco expedientes pendientes: Había que apretar. Veinte minutos y dos. Ansiedad y liberación: El penúltimo expediente tenía un único dato para modificar. Dieciséis minutos y el último. Cuatro minutos de sobra. Relajación. O menos. El jefe, sonriendo, puso un expedientes más sobre la mesa, para grabar desde el principio. Se trataba de la nueva secretaria personal del jefe: Una tal Carlota Domínguez. Él mismo la llevaría a cenar, para ir cambiando impresiones y ponerla al día. 

2 comentarios:

Isa dijo...

¡Uy, qué bueno!
Este relato te engancha de principio a fin. El final, estupendo.

Anónimo dijo...

Qué chasco, el pobre exprimiéndose para ir con su amorcito, y al final se va a cenar con el jefe! Si es que tanto estrés es pa ná, jaja, a ver si aprendo. Me identifico en esa lucha contra las horas que vuelan y el trabajo que hay que hacer por narices, y las ganas de ver a quien te espera, fuera, en el "mundo real" que a veces se torna espejismo.