martes, 20 de enero de 2009

SEXTO SENTIDO


La ventana ha quedado medio abierta y, a las horas que son, el frío de la madrugada me ha despertado. Acudo a cerrarla, escena común en las historias más terroríficas, y me veo a mí misma reflejada en el cristal. Y claro está: me asusto; quién no, con esta carita y estos pelos. Es que a tales horas nunca me miro al espejo, entonces es lógico que me haya podido sobresaltar. La máscara diaria quedó arrugada entre los algodones que aún andarán en el lavabo, impregnados de gel limpiador.

Cierro la ventana intentando no mirarme en su reflejo, pero la curiosidad me llama y vuelvo a darle al ojo (de reojo solamente), a lo que no debo, porque luego me obsesiono con esta figura abstracta, de quien se supone que soy yo.

Entonces me armo de valor y puedo llegar a mirarme de frente y decirme a mí misma que no pasa nada; que casi siempre duermo sola, que nadie me ve en estas formas, y que si de vez en cuando coincido con alguien en alguna madrugada, o el visitante fijo llama a mi puerta, es porque ya lo he programado antes. Y no hay apaño mejor que la última laca que me compré, y nada más resistente que mi maquillaje waterproff, que qué sería de mí sin él.

En fin, lo que decía, que me envalentono y acudo a mi reflejo, libre de presiones por mi planteamiento anterior, el cual me da alas para observarme con cierta distancia.

Vuelvo a empujar la ventana, porque parece que aún entra aire, o será que el panorama me ha cortado el cuerpo, que tengo un frío terrible. Me pongo bien el pijama. Me coloco derecha y con la cabeza de frente, y luego de perfil, y llego a la conclusión de que esto hay que arreglarlo, así que cierro las cortinas, ¡anda ya con sus mulas!, y me voy al baño. Saco todo lo necesario, me maquillo de nuevo, eso sí, muy naturalmente; le doy un ratito a la laca y cuando ya está seca, me voy a la cama sabiéndome casi perfecta, no sin antes haber comprobado de nuevo mi imagen en la ventana. ¡Qué gustazo!

Justo al instante y después de casi siete meses, sin esperarlo, el timbre suena.

10 comentarios:

Gabriel dijo...

¡Qué mezcla tan desmelanada de humor, intriga e ironía! Me has tenido en vilo.
El final, magistral y de carcajada.
Un golpe.
Me ha dicho la musa esa de la que hablabas, que se pasa por tu casa otro día. A recoger cosas tuyas, aprenderlas y repartirlas.
Un beso.

LaRubia dijo...

Anda guapita... que menos mal que estabas de sequía... que si estás de inundaciones no sé por dónde salimos los demás flotando.
Que justo (en todos los sentidos) tu amor que llega en el mejor momento, así da gusto.

Anónimo dijo...

Jaja! Qué mezcla explosiva de misterio, frío de invierno, reflejos y madrugada. Y toque mágico, la poción de laca. Me has arrancao una sonrisa ya en el primer párrafo, y conforme he avanzado, me has vuelto a robar otras cuantas. Me gusta ese toque de andar por casa, y el pasar de las zapatillas al zapato de tacón en un chás, y, que de pronto, se enciendan las velas mientras suena el timbre.

Laura dijo...

Me han entrado ganas de maquillarme antes de meterme en la cama, por si acaso. Nunca se sabe cuándo va a sonar el timbre. O el móvil.
Besos.

inma dijo...

Chica, dime qué laca es esa por si la necesito. Es emocionante que llamen a la puerta nada más arreglarse ¡es una suertuda!

Lola García Suárez dijo...

Es una sensación extraña arreglarte un día cualquiera en tu casa aunque no vayas a salir ni esperes a nadie. Recuerdo haberlo hecho alguna vez hace mucho tiempo, claro que nadie llamó después. Sólo tú has conseguido esa magia.

Isa dijo...

Me subís la moral y las ganas de más musas a mi vida. Un beso a todos.

Peneka dijo...

He tenido que venir hasta aqui hasta estas tierras heladas para reirme a pierna suelta con esta historia. No me esperaba yo esta parte cómica en ti, pero...¡¡¡qué muy bien señora!!!. Repitalo cuanto antes, por favor. Estamos faltos de ratitos de sonrisas como estos.

Anónimo dijo...

A veces la vida cotidiana se implanta en nuestro rostro como una máscara, y sin darnos cuenta va traspasando la conciencia del yo, para terminar confundiéndose con nuestra propia naturaleza.
Entonces, solo en las horas en las que domina el inconsciente, somos capaces de captarnos. Como esta señora que ve un rostro con el que no se encontraba hacía ya algún tiempo y con el que no se identifica. Piensa en su máscara,¿quizás con añoranza?, en su seguridad.
Solo es capaz de volverse a mirar, cuando se convence a si misma de que lo tiene todo controlado. Opta por su rutina y vuelve a colocarse la máscara.
Y entonces la casualidad llama a su puerta.
Este final te arranca una sonrisa en la tristeza, muy agradable.

Isa dijo...

Anónimo, gracias por la valoración que haces a mi relato, la cual comparto. Me alegra saber que te gustó el final.