lunes, 27 de abril de 2009

GRANDES BATALLAS DE LA HISTORIA (XI).

Batalla de al aire en el Principado.

 

Parece que, dos meses después de aquello, los papeles siguen sin desclasificarse. Otros dicen que perdieron los papeles. Yo cuento lo que oí. Y achaco lo ocurrido a cosas que pasan.

Tota Minguez es terrateniente desde que compró sus dos primeras macetas. Ella lleva en la sangre las fiestas al aire libre y cultivar sin ayuda yerbajos y comérselos después, también sin ayuda. Pero el año pasado sembró alubias por primera vez y obtuvo una cosecha de doce toneladas de las grandes. Por teléfono, carta y a algunos a gritos (los que vivimos en la parcela de al lado) nos invitó a una comilona.

Al llegar, como yo soy más de guardar las apariencias, no me eché a llorar como mi sobrino Perico al ver las cuatro ollas de cien litros hirviendo al fuego. Sequé delicadamente sus ojos con una fregona y lo senté con los chiquillos de su edad, entre cuarenta y cuarenta y tantos, que no querían jugar antes de comer.

A la hora del almuerzo, se nos advirtió de lo feo que está dejar comida en el plato. Más bien, con la firma de documento ante notario, se nos obligó un poquillo a un lametón donde no llegara la cuchara. Una vez concluido, Tota llevó a cada uno, renqueando, hacia una hamaca con una pegatina con su nombre y allí lo dejó.

Esa operación terminó a las cinco y cuarto.

El primer trueno, trombón de aviso que nadie quiso oír, fue a las cinco cuarenta y cinco. Se consideró apócrifo tras ver el cielo despejado. Tenía que ser, o casi seguro, de origen humilde, porque muchos juraban que provenía de la zona de los que cuidan las vacas de Marcial Mendrado, uno que viene poco a la finca.

La respuesta no se hizo esperar. Y fue en supermegaestéreo, como un fuego cruzado, con matices barítonos en progresión al agudo, pero partiendo de un estilo antiguo, permanente –sostenido- en su vibrante final de pandereta de piel nueva.

El siguiente paso ya fue coral, de increscenda puesta en marcha. Si algo hay que agradecer siempre en estos casos, es la protección de la comprensión del grupo, que ayuda y promueve la descompresión que nos angustia. Ahí, para el que goza de un oído atento, se mezclaron tonos altísimos, de efecto ráfaga, con otros toques trompeteros y alguno de corneta, para la partitura del aire libre que acogía al que poco antes no tenía libertad.

Tota no se amilanó. Con la excusa de recoger flores, hizo una docena de flexiones muy oportunas y, mirando a la cara a sus invitados, consiguió que el anemómetro de su casa –un regalo del Instituto Nacional de Meteorología- diera vueltas con extraordinaria velocidad.

Pocas veces se ha visto una respuesta tan inmediata y eficaz como esa con la que la anfitriona contestó a las primeras acometidas.

No se contaba con los gases nobles que un antiguo barón asturiano atrincherado podría aportar, enriqueciendo con fanfarria la sonoridad de la batalla. Pero Tota sabía cómo no desairar a todo el espectro social y en cuclillas recogió un par de sonoras flores para el conde, tras una graciosa reverencia.

A eso del atardecer, la mucho más que noble Tota apareció por el umbral con una bandeja de vasos llenos de infusiones de anís con el que, junto a una banderita blanca bordada a mano, presentó la propuesta de armisticio.

Llegamos a un acuerdo.

Cuando el sol se iba, soltamos un centenar de globos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Ésta es verdaderamente épica!
¡Qué pedorrera, por favor!
Jaaaaaaaaaaja.
¿Alguien sabe con qué se llenaron los globos?

Jaaaaaaaaaajaaaaaaaa.
Gracias por escribir.

Isa dijo...

No he visto nunca un texto de naturaleza escatológica, más delicada y educadamente narrado. Me hubiese gustado estar allí en la suelta de globos.

Paquita dijo...

Genial como siempre querido Gabriel.Lo hemos leido mi hijo y yo juntos, y nos tronchábamos de risa, gracias por alegrarme la tarde,¿hay algo más divertido que una orquesta de esas características? pues eso. PAQUITA