martes, 22 de junio de 2010

PENDIENTES PENDIENTES.

A la hora de la siesta, Dorita aparecía andando con dificultad dentro de los grandes zapatos de su tía Manuela. El ruido al andar de los tacones trastabillados terminaba por despertar a la abuela, que reía la ocurrencia de la pequeña nieta, y por enfadar a la tía. Tanto fue así, que el cuarto día los zapatos estaban recogidos en lo alto del armario ropero, donde la niña no podía llegar.

Dorita, en respuesta, se dedicó a los cajones de la ropa.

Así pudo descubrir, frente a la reducida ropa interior de su madre y su hermana mayor, unas bragas enormes, de color beige, que cogía, extendía sobre la cama, doblaba cuidadosamente y volvía a guardar en absoluto desorden.

Durante un día, el silencio con que exploraba evitó la reprimenda, pero al día siguiente, en una nueva expedición, descubrió los grandes cajones de la cómoda cerrados con llave. Tía y sobrina se miraron sin pestañear.

Enemiga de la televisión y con los cuentos que se trajo aprendidos de memoria, la niña elevó el nivel de su investigación de la casa del pueblo donde la habían dejado sus padres unos días y subió las escaleras que llevaban al desván.

Allí descubrió el tesoro que buscaba sin saberlo.

A eso del mediodía, el panadero vociferaba desde la calle y los vecinos salían a por el encargo. Como no había peligro, la tía Manuela dio el dinero a la niña para que pagara y trajera el pan en una bolsa de tela.

Al verla, el panadero le regaló un pequeño paquete de magdalenas recién hechas y le dio la bienvenida al pueblo. La niña sonrió y, gracias a sus cinco años y medio, movió la cabeza para que el panadero admirara los pendientes que se había puesto.

-¡Manuela!, –gritó el panadero hacia el interior de la casa.

Esta, al oír el grito, vino corriendo desde el patio y, una vez en el zaguán, miró al panadero a los ojos, después siguió la mirada de éste y, finalmente, detuvo la suya en los pendientes y la sonrisa de la niña, que movía la cabeza luciendo dos sencillos aros de plata.

-Te juro que no sabía dónde estaban, -le dijo Manuela al panadero.

-Yo pensé que los habrías perdido, -respondió éste.

-¿Os estáis enamorando, tía Manuela? –preguntó Dorita mirándola fijamente.

-Más o menos, -respondió la tía.

-Entonces, ¿vienes al baile esta noche?, –preguntó el panadero.– Ya has visto que no se los regalé a otra. Como te dije hace un año, se los di a tu madre para que te los pusieras en la fiesta.

-A las diez, entonces, –dijo la tía Manuela y entró en la casa con la niña, que no dejaba de girar la cabeza y mirarse en todos los espejos del pasillo al pasar.

Antes de salir por la puerta, donde le esperaba el panadero, la tía Manuela sacó de su bolsillo un par de llaves, miró a la niña Dorita y le dijo:

-Te las cambio por los pendientes.

-Hay cuatro cajones, –respondió la niña con las manos en las caderas.

-Sólo llegas a los dos de abajo, –contraatacó la tía.

Hicieron el cambio.

Al volver de madrugada, la abuela y la nieta dormían en la gran cama de matrimonio de la habitación de Manuela, rodeadas de toallas, fajas y sábanas en desorden. A su lado, una cómoda con dos enormes cajones abiertos y vacíos.

No las despertaron y Manuela y el panadero subieron al cuarto de invitados.

6 comentarios:

Clea dijo...

Mmmm. Me huele a pan tierno, recién hecho, a pueblo y a sombrita. Y a mucho amor.
Es bonito.
:)

Gabriel dijo...

Intenté todo eso en el recuerdo de una abuela (bisabuela en verdad) irrepetible, tan dulce como su sonrisa y complicidad con las nietas.
Tan recién hecho como la niña que en su descaro se permite hacer de Cupida sin pestañear.
Tan cariñosas y fuertes (las tres que inventaron de verdad esta historia medio verdad) como pocas veces he visto.
Muchas gracias por una lectura tan clara, a la sombrita.
Abrazos.

inma dijo...

Me encanta tan auténtico y tan veráz. Rezuma ternura, complicidad y dias inolvidables de vacaciones en el pueblo de siempre y con amores que nunca se olvidan. Hasta con "talega" de tela para el pan.¡Menudo trio! ¿Y las bragas gigantes de quien eran?

Lola García Suárez dijo...

El relato está muy bien construido y muy bien rematado. Al final parece que todo queda en su sitio, cada uno ha logrado su triunfo. Yo también fui niña que rebuscaba en la habitación de una casa de pueblo en busca de tesoros.

Isa dijo...

Gabriel, en cuanto venga de mi paseo, te estoy leyendo, que ahora me esperan. Hasta esta noche.

Isa dijo...

¡Ay, qué bonito! Me ha recordado a cuando yo era pequeña y nos íbamos de vacaciones o de fin de semana a la casita que mis padres tenían en Alosno. Allí se iba media familia y parece que estoy viendo el patio con la parra gigante, y la cocina con las cortinas a modo de puertecitas, de cuadros azules y blancos.
Y ese rebuscar y rebuscar, al que me acompañaba siempre mi hermano.

Encantador tu relato.

Inma, de quién iban a ser esas bragas grandes; pues de la abuela, mujer...jajajá...